
Reflexión de un discípulo de Sinclair (ávido de absolutos)
Me gusta la música, pero solo como la que usted toca: música absoluta, en la que se siente que el hombre golpea las puertas del cielo y del infierno. Creo que me gusta tanto la música porque es poco moral. Todo lo demás lo es; y yo busco algo que no lo sea; la moral hace sufrir. […] ¿Sabe usted que tiene que haber un dios que sea Dios y Demonio a un tiempo? He oído decir que existe uno.
El joven Emil Sinclair al organista Pistorius.
Del diario de un explorador etéreo.
Medianoche: cuando las ideas se tornan puentes.
Por la misma razón que Emil Sinclair busca la música absoluta, los poetas del espíritu buscamos la poesía abisal. Solo las grandes palabras —el Tiempo, el Amor, lo Eterno—, que tienden a lo sagrado y paladean lo inconmensurable, anticipan la grandeza del ser humano perdido entre los dos infinitos: el del firmamento y el del interior.
La poesía de las calles, la de los bares y barras de labios, la de la sociología y la política versificadas: tales poemas no hablan del ser humano, sino del bien y del mal. Son códigos morales, tribunales convencidos de sus decretos rimados; entre la Ley y el Verso no hay más diferencia que la forma y longitud de sus imprecaciones (la Ley es miedo racional; estructura de la venganza y temor organizado).
Pitágoras buscaba la Esencia en los números; Platón buscaba la Idea en la música. Es tarea de los poetas buscar la Verdad en las palabras; no el triunfo del bien ni el castigo del mal, pues tales esferas solo causan división, conflicto y desgarro; el poeta aspira a la Belleza, que es su sendero íntimo hacia la Verdad.
La Verdad y la Belleza no cambian el mundo; sus mayúsculas son inútiles en el suelo. Sin embargo, los poetas no hacemos justicia (pues la justicia no existe desde los ojos de la eternidad); exploramos el espíritu. Tal es nuestro mundo: el infinito, lo sagrado, la metafísica de la existencia. El misterio. Preguntamos, anhelamos, deseamos la Unidad; y nuestros versos no hacen sino recuperar la Esencia que los antiguos disolvieron en sus tumbas.
Nosotros, los poetas, vivimos en el mundo sin Ley. Escribirán y actualizarán las viejas tablas esos sicarios de los Estados y los Poderes; pero los adalides de la Palabra seguiremos explorando las hondonadas de las cumbres. Más allá del bien y de mal: ahí reside nuestra utopía y la del profeta. (Profeta: cantor mudo, caminante solitario, visionario ciego).
Dejemos que los niños se peleen. Lo Absoluto ignora sus chiquilladas.
(Nota intempestiva: Rómulo y Remo,
raíces y anatema del Imperio.)
Desvaríos concebidos durante la lectura de Demian, de Hermann Hesse.
Otros caminantes de las brumas: Carta del Peregrino sin sandalias; Chun Mai, sabio ignorante.
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Desvaríos morales del pirómano Franz Osler
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