fbpx
flare of fire on wood with black smokes
Ficción

Desvaríos morales del pirómano Franz Osler

Buscáis la “libertad” y la “felicidad” en el pasado, de puro miedo a confrontaros con vuestra propia responsabilidad y vuestro propio camino. Pasáis unos años entre borracheras y juergas; luego os sometéis, y os veis convertidos en señores muy serios al servicio del Estado.

De la historia de juventud de un descendiente de Caín.

He quemado el hospital. Bueno. He intentado quemarlo. Realmente no se puede quemar un hospital. Un hombre no puede quemar un hospital; solo puede intentarlo. Porque la lucha de un hombre contra un hospital es como la de un mendigo contra el Estado. Solo se puede intentar. El triunfo es apriorístico y pertenece siempre a la fuerza más abstracta: al hospital, al Estado, a todo aquello más grande que el hombre que intenta quemar el hospital.

No; un hombre no puede quemar un hospital. Pero sí puede amenazar los cimientos sobre los que el hospital se erige. Y esos cimientos son frágiles: basta con intentar quemar el hospital para que su basamento se torne ceniza. Pues el hospital es un símbolo. Y los símbolos no se destruyen con fuego, sino con blasfemia.

¿Cuál es la base moral del hospital? No es la salud; es el miedo. El deseo de seguridad germina del terror a la enfermedad. El hospital es el gran símbolo del terror a la muerte. Todos quieren estar sanos; o, en otras palabras: nadie quiere estar enfermo. Por eso se construyen los hospitales. Para que nadie esté enfermo. Un hospital es como la cerradura de una puerta: previene del miedo. Cuando sabemos que está ahí, el hospital neutraliza la amenaza y nos permite dormir bien. Nos hace invulnerables.

Pero la cerradura nos hace depender de la llave, y el hospital nos hace depender del Estado. De la administración: ese monarca absoluto sin rostro, estirpe ni compasión. El Estado le dice al pueblo: «para mantener el hospital deberás mantenerme a mí». Y mantener al Estado es acatar su Ley. El Estado, que reniega de la religión, se alza como la sombra contaminada de esta: es el chantaje organizado que ni siquiera promete la salvación eterna, sino que —solamente— construye hospitales.

El miedo nos hace postrarnos ante el Estado. Y el hospital es el símbolo de la mediocridad. Somos esclavos del símbolo. Mediocres, esclavos y asustados.

El hospital tiene que arder. Cuando lo queme, no habré quemado el hospital: habré quemado la mediocridad, la esclavitud y el miedo.

La enfermedad me mata. Pero la salvación de un enfermo no es sanar, sino alzarse sobre su constricción. Mi cuerpo necesita el hospital; pero yo, que me rebelé contra Dios, solo pretendo ser libre.

He quemado el hospital y he arrojado mis llaves a las llamas. Bueno. Lo he intentado. Un hombre no puede quemar un hospital y las llaves no prenden en el fuego.

El Estado me ha arrestado por mi crimen. Bueno. Lo ha intentado.

Un hombre no puede quemar al Ser-humano.


Desvaríos concebidos durante la lectura de Demian, de Hermann Hesse.

Otros degenerados: El Ojo de la Lujuria; El Catedrático de la Virtud Humana.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: