
Cinco lecturas heterodoxas para no aprender a escribir
La ortodoxia: ¿se puede aprender a escribir?
Actualmente, el mercado está lleno de libros para aprender a escribir otros libros. Imaginemos uno de estos títulos al azar: El viaje de la escritura, Manual para escritores inquietos, La escritura y su técnica… ¡Cualquiera, venga, sobre la marcha!
Este supuesto libro consistiría, más o menos, en el siguiente corpus temático:
—Una introducción sobre las luces y las sombras del oficio de las letras, situada a medio camino entre la autoayuda y el anecdotario de las genialidades del mundillo, y con un marcado sesgo hacia la esperanza.
—Una primera parte sobre el sentido general de la escritura y algunos métodos para disparar la creatividad literaria.
—Una segunda parte de gran peso (entre la mitad y dos terceras partes del libro) sobre los aspectos técnicos: personajes, storytelling, heurísticos para la creación de tramas y subtramas, los arquetipos y el periplo del protagonista, consejos de puntuación y gramática…
—Una tercera parte (opcional) con ejercicios, casos prácticos y un dulce aroma a DIY.
Y ya está. Ahí tenemos la receta ortodoxa de nuestro libro-para-escribir-libros.
Cinco lecturas heterodoxas
Sin embargo, los caminos de la literatura no son tan simples. Quienes jueguen al ábaco de las letras no tardarán en darse cuenta de que el poso de la escritura es mucho más profundo que la mera técnica argumental. Detrás de las grandes obras siempre hay una tormenta, un impulso y un pálpito más lejanos que el mero cauce de las técnicas, guiones y tramas. El objeto último de la literatura es la existencia humana; y esta es, ante todo, un misterio. Desde el origen del logos (¡utopía y frontera de la razón!…), las historias buscan deshilvanar tal misterio y ofrecernos una luz en el laberinto; mas, para ello, el espíritu creador debe conocer —o intuir— las raíces de nuestra vida: aquellas imposibles de aprehender y que, sin embargo, nutren nuestros mitos y nuestra esperanza.
La literatura, pues, se (des)dibuja como la utopía: como el viaje del ser humano que busca el manantial de sí mismo.
A continuación os proponemos cinco lecturas que, si bien no versan explícitamente acerca de la creación literaria, sí que exploran los entresijos que esta pretende iluminar. Confiamos en que sirvan de acicate y trampolín para quienes juegan (¡y jugar es algo muy serio!) al oficio de la escritura.
1. El retorno de los brujos (L. Pauwels & J. Bergier)

Esta obra plantea un nuevo método de conocimiento de la realidad: el realismo fantástico, un novedoso concepto que hunde sus raíces en lo inmediato para expandir sus posibilidades hacia el infinito. En palabras de sus autores:
Hemos bautizado así la escuela que hemos creado: escuela del realismo fantástico. No debe verse en ella la menor afición a lo insólito, al exotismo intelectual, a lo barroco, ni a lo pintoresco. «El viajero cayó muerto, herido por lo pintoresco», dice Max Jacob. No buscamos el extrañamiento. Tampoco investigamos los lejanos suburbios de la realidad; por el contrario, tratamos de instalarnos en el centro. Pensamos que la inteligencia, por poco agudizada que esté, descubre lo fantástico en el corazón mismo de la realidad.
Algo fantástico que no invita a la evasión, sino, por el contrario, a una más profunda adhesión. Si los literatos y los artistas van a buscar lo fantástico fuera de la realidad, entre las nubes, es por falta de imaginación. Y sólo traen de allí un subproducto. Lo fantástico, como otras materias preciosas, tiene que ser arrancado de las entrañas de la Tierra, de la realidad. La verdadera imaginación es algo completamente distinto de la huida hacia lo irreal.
(Pauwels y Bergier, 1977, p. 24).
Si bien el libro nace como una —original— investigación antropológica, su potencial para la expansión del horizonte creador y literario es ya advertida por sus propios autores:
Este libro no es una novela, aunque su intención sea novelesca. […] Como en los manuscritos de los navegantes del Renacimiento, lo imaginario y lo verdadero, la interpolación aventurera y la visión exacta, se mezclan en él.
(Pauwels y Bergier, 1977, p. 28).
Y es que, en efecto, este volumen supone una travesía por las matemáticas y la alquimia, por la historia antigua y el lenguaje superior, por el infinito divino de Borges y la infinitud interior de Meyrink. Un libro, en definitiva, que precipitará las preguntas más sobrecogedoras y trazará nuevas rutas de posibilidades creativas en el corazón de quienes juegan a las letras.
2. Así habló Zaratustra (F. Nietzsche)

Un auténtico libro de exploración espiritual. Las cumbres, los anhelos y los grandes propósitos del alma humana son expuestos a la luz de la verdad; y tras la verdad se ocultan las sombras y las víboras.
¿De dónde vienen las montañas más altas?, pregunté en otro tiempo. Entonces aprendí que vienen del mar.
(Nietzsche, 2011, p. 258).
Este testimonio está escrito en sus rocas y en las paredes de sus cumbres. Lo más alto tiene que llegar a su altura desde lo más profundo.
El Zaratustra de Nietzsche es un libro profundamente filosófico que se lee como una novela y se transmite como un canto lírico. A través de sus páginas, el imaginario del espíritu humano se despliega como un grito de auxilio: son las pasiones humanas que aspiran al más allá de sí mismas y que, sin embargo, yacen en esa vida a la que debemos aprender a amar.
Quien juegue a la escritura encontrará en este libro el pozo oscuro que toda historia busca explorar, y desde tales hondonadas intuirá la senda y la llamada hacia la más alta cima de su genio:
¡Qué importa la felicidad! […] hace tiempo que yo no aspiro a la felicidad, aspiro a mi obra.
(Nietzsche, 2011, p. 379).
3. El juego de los abalorios (H. Hesse)

La única novela que proponemos en este artículo lleva la firma del Nobel de Literatura de 1946, Hermann Hesse. El juego de los abalorios es un libro totalizador, lúcido y complejo que, a través de la historia de Josef Knecht, busca la síntesis de las herencias culturales occidental y oriental. En sus páginas encontraremos la trágica y desesperada lucha (que no logro ni fracaso, sino lucha) humana por encontrar un sentido a su emplazamiento en el Universo:
—¡Oh, si se pudiera llegar a saber…! —exclamó Knecht—. ¡Si hubiera una doctrina, algo en lo que poder creer! Todas las cosas se contradicen, todo pasa corriendo, en ningún punto hay certeza. Todo puede interpretarse de una manera y también de la manera opuesta. Cabe explicar la historia entera del mundo como desarrollo y progreso, y también considerarla solo como ruina y sinrazón. ¿Es que no hay una verdad?
(Hesse, 1996, p. 80).
El llamado «juego de los abalorios» se torna así un concepto profundo, de vibrante calado espiritual y elevadas cotas metafísicas: supone la unión de todas las ciencias y saberes del ser humano en aras del conocimiento superior. La música de Bach se hilvana con el I Ching, la grandilocuencia de la historia universal penetra en la humilde soledad de la montaña.
En definitiva: una novela (que, además, incluye un poemario completo y tres relatos) sobre el descubrimiento de la inteligencia y sus posibilidades existenciales. Todo un convite literario para quienes gustan de jugar a los abalorios de la escritura como exploración de los dominios intelectuales y vitales de la conciencia.
Encumbrémonos en alas del misterio
(Hesse, 1996, p. 425).
que encierran las mágicas fórmulas y leyendas:
dentro de ellas se plasman en clara alegoría
lo ilimitado, lo proceloso, la vida
4. El hombre rebelde (A. Camus)

El hombre rebelde, aplicado a la literatura, se alza como el bastión de las letras comprometidas con el ser humano de carne y hueso: aquel que sufre el terror de la historia y la indiferencia del cosmos ante sus súplicas. La ética rebelde, aplicada a las letras, reniega tanto del panfleto como del mutismo.
Quienes juegan en serio a las letras suponen, así, una viva tensión entre Dios y la Historia: quizá no puedan cambiar el mundo, seguramente no sean imprescindibles, con certeza morirán antes de llegar a Ítaca; pero «para ser hombre hay que negarse a ser dios» (p. 283). Al fin y al cabo,
Todos los grandes reformadores tratan de construir en la historia lo que Shakespeare, Cervantes, Molière y Tolstoi supieron crear: un mundo siempre dispuesto a saciar el ansia de libertad y de dignidad que siente el corazón de cada hombre.
(Camus, 1978, p. 257).
La labor de quienes juegan a la escritura es la rebeldía: proyectar la dignidad del ser humano, dar voz a su sed de justicia, cincelar la grandeza de nuestros logros en la biblioteca de la historia. Y, para ello, es necesario alejarse del silencio del yogui y del rifle del comisario… y estar dispuestos a morir sin conocer los prados de la victoria:
El rebelde no puede hallar el descanso […] Su única virtud consistirá en permanecer hundido en las tinieblas sin ceder a su vértigo oscuro, en arrastrarse obstinadamente hacia el bien a pesar de hallarse encadenado al mal.
(Camus, 1978, p. 264).
Breguen nuestras letras, pues, hacia lo inalcanzable, y seamos la estela de la eterna búsqueda humana. «El arte y la rebelión no morirán sino con el último hombre» (p. 260).
5. Psicoterapia existencial (I. D. Yalom)

La quinta y última obra que proponemos pertenece al psiquiatra y escritor norteamericano Irvin Yalom. Psicoterapia existencial es el libro más laureado (aunque quizá el no más leído) de su carrera como psicoanalista existencial, y en él desvela las cuatro preocupaciones esenciales que laten en cada biografía humana:
- La muerte, es decir, la tensión entre la conciencia de la inevitabilidad de la propia muerte y el deseo de continuar siendo.
- La libertad, o el conflicto entre la falta de base firme y el deseo de encontrar tales cimientos sólidos.
- La soledad, o sea, la tensión entre nuestra conciencia de aislamiento (“morimos solos y nacemos solos”) y nuestro deseo de obtener contacto, protección e integración.
- La búsqueda de sentido de la vida, o lo que es lo mismo, el deseo de encontrar significado a un universo que carece de él.
El análisis de Yalom sobre estos radicales se nutre de la tradición literaria y filosófica del existencialismo occidental. Se trata, en último término, de un gigantesco esfuerzo de aplicar los postulados existencialistas (Heiddeger, Sartre, Camus, Frankl…) a la psique humana.
Cabe destacar el valor de esta obra para comprender los impulsos más profundos de nuestra naturaleza y el vasto mundo del inconsciente, concebido desde la perspectiva de un psiquiatra ampliamente reconocido por sus novelas y relatos.
Sin duda, un manual no-oficial de creación de personajes que, sin una intención explícitamente literaria, supone un pozo inagotable de conocimiento e intuiciones acerca de las hondonadas del fenómeno humano.
[…] la psicodinámica de un individuo está formada por las distintas fuerzas conscientes e inconscientes, por los motivos y los temores que operan en su interior.
(Yalom, 1980, p. 17).
Después de la lectura
Los más puristas denostarán estas recomendaciones por su escasa, o nula, adhesión a la techné literaria. «¡La filosofía no enseña a escribir!», exclamarán unos. «¡La psicología no nos aporta herramientas para un guion sólido!», se indignarán otros. «¡Deja la antropología para los antropólogos!», se reirán todos ellos. Y tendrán razón.
Quizá estas lecturas no enseñen a escribir. Tampoco lo pretenden. Pues antes de la escritura está la vida: ese gran misterio del que brotan el amor y el arte, la búsqueda y la esperanza. Y sin vida no hay historias, ni guiones, ni literatura. Solo letras estériles.
A propósito, ¿quién enseñó a Cervantes a escribir novelas?…
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Tres, dos, uno... ¡Deshágase la luz!
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