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lenguaje radical
Ficción

El lenguaje radical

CRÓNICA DE LA PRESENTACIÓN DE ‘EL LENGUAJE RADICAL’
Veinticuatro de julio del 20xx
23:19 h.

Hoy se ha presentado el libro El lenguaje radical, de Leandro Estíbaliz, natural de Salamanca, fallecido hace ya catorce años. Su familia ha querido hacerle un homenaje al hombre que, según dicen, «habría revolucionado la Historia de la Filosofía de haber sido leído por la aristocracia cultural de nuestro país». Así lo afirman con cierto orgullo melancólico, como imbuido de resabiada frustración.

Nadie ha sabido de qué trata el libro hasta hoy. Por miedo al plagio, y por respeto a su antecesor, los Estíbaliz-Márquez han guardado su secreto intelectual durante casi cinco lustros. Lo único que la familia reveló hace ya seis años es que habían contratado a una catedrática de Filosofía, a tres filólogos, a un historiador y a todo un equipo editorial para que realizaran, «desde el caos hasta la excelencia ontológica», una «edición memorable» de la obra de Leandro.

Tras haber asistido a la presentación de la obra que habría revolucionado la Historia de la Filosofía si…, no sé si las veintipocas personas que hemos ocupado el salón de la Biblioteca hemos presenciado un absurdo o una genialidad de magnitud borgiana. La charla-presentación, que ha durado casi dos horas más el turno de ruegos y preguntas (durante el cual, por cierto, han intervenido más los familiares y sus halagos al difunto que los cuatro o cinco académicos que han ido por mero placer literario), podría resumirse de la siguiente manera.

Don Leandro, de espíritu curioso y enormes apetitos culturales, dedicó cada día tras su jubilación al estudio de los tratados más influyentes de filosofía política, social y económica de los siglos XVIII, XIX y XX. Dedicó casi treinta años a la memorización pormenorizada de tales obras, como un rabino sesudo y voluntarioso. Dolores Barbado, catedrática de Filosofía, ha afirmado durante el acto que el anciano llegó a conocer entre cuarenta y sesenta libros como la palma de su mano, a tenor de los esquemas, notas y ensayos íntimos que el sabio redactaba y archivaba en su despacho.

Pero ¿para qué tales estudios? Como decía el hijo mayor de Leandro, llamado como su padre: «Mi padre no estudió para conocer, sino para fundar las raíces de un nuevo Conocimiento: el lenguaje radical».

Así precisamente, se titulaba el librito de apenas treinta páginas y del cual, por supuesto, he adquirido un ejemplar —casi a euro por página—. El lenguaje radical: tal es la conclusión de tantos años de estudio de don Leandro Estíbaliz. El sabio pretendió fundar un nuevo lenguaje; una nueva lista de conceptos que condensaran enormes cantidades de información y que, por tanto, agilizaran la comunicación y la transmisión de la cultura. En términos prácticos, don Leandro había condensado obras como El Capital o El Espíritu de las Leyes en pocos términos. Según un sistema que aún no he comprendido, pero que los conferenciantes han explicado durante casi una hora, el fragmento

TuJiBe/Ma – De/Da.Re[Fo(3)Ba—Lu/Da—Re]Gi; ¡Ga—Fe/Bo(LoMa.Sa), Hu(Ji);KoLa—Li/Ju//Ya(Yo/[2]FoDe.Ri,Mi/SeSi)-Ge Hi Lo—Fe—Vo/Gu.Se(4)

sintetiza, compara y aglutina todas y cada una de las ideas contenidas en La República Universal (Cloots), El Sistema Social (Holbach) y Del Espíritu (Helvétius). En otras palabras: a raíz de esa fórmula podría escribirse un tratado de en torno a mil y dos mil páginas, según ha afirmado en el acto doña Dolores. Ahí es nada.

El gran sueño de don Leandro era ganar tiempo a la muerte; su pretensión, inventar un lenguaje «radical», que condensara en una línea y en un solo golpe de vista la misma información que una persona tardaría décadas en memorizar en un volumen de quinientas páginas.

El libelo que he comprado incluye la oración que he citado y otra más; son ejemplos, explicados con deficiencias, de las virtudes del lenguaje radical. Al sistema —han concluido los conferenciantes— le habrían faltado años de maduración y trabajo; pero animan a los actuales filósofos, informáticos, semiólogos, documentalistas, ingenieros de la computación, teóricos de la inteligencia artificial, etc., a que sigan la estela de don Leandro Estíbaliz para la elevación del espíritu humano.

He de confesar que, por un momento, y dada mi juventud y ansia de conocimiento, me he sentido tentado de acercarme a los Estíbaliz-Márquez y solicitarles su beneplácito para continuar la labor de su difunto genio.

Sin embargo, he caído en la cuenta de que, para eso, debería emplear los treinta años que empleó don Leandro como mínimo. Y he preferido desistir. Conmigo quedan el pequeño opúsculo y esta breve reseña; la cual, creo, hace justicia a la altura de miras de ese erudito que desafió los mecanismos del tiempo, del lenguaje y de la cordura.

(Quien quiera adentrarse un poco más en el lenguaje radical, no dude en escribirme. Tengo el ejemplar en casa. Prometo que es, cuando menos, inspirador. ¡Lo que habría dado Borges por tenerlo en su biblioteca! …)


Otras especulaciones: El traductor de cuadros; La narcoliteratura.

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