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black asphalt road near cliff mountain
Ficción

Ars moriendi

¡No sé cómo es el alma del criminal, pero el alma del probo, del bueno, es un infierno!

Kostantís, un hombre de fe.

A ciento cincuenta kilómetros por hora se piensa mejor. Se vive mejor. Y, desde luego, se muere mejor.

En apenas un par de minutos me suicidaré; pero a ojos del mundo no seré un suicida, sino una víctima del destino. Yo no me habré matado; yo siempre habré querido vivir. ¿Cómo iba a suicidarme yo, el brillante, el genio de la perfección, el espíritu elevado? ¿Cómo yo, que he logrado todo lo que me he propuesto, iba a querer quitarme la vida? No, no; el suicidio no es final digno para mi historia. Los míos no se lo merecen; sería una decepción para ellos y mi posteridad. Por eso prefiero culminar mi vida con la gran tragedia: la muerte absurda, el capricho de los dioses, la Ley de la Contingencia: la muerte que nadie, ni siquiera yo mismo, se esperaba. Así todo guarda su orden: el ser humano vive y la carretera mata; pues el ser humano no debe matarse a sí mismo y la carretera, Naturaleza moderna, ha de seguir viviendo para siempre.

Ahí está la curva.

Moriré como un amante de la vida.

La muerte guardará mi secreto.

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