El traductor de cuadros

Peter Danby, insigne escritor, por fin había acabado su última obra. Había pasado seis años encerrado en su estudio, y a nadie le había permitido conocer la naturaleza de su nuevo proyecto.
El esperado libro, titulado El Partenón, consistía en una minuciosa descripción del cuadro homónimo de F. E. Church; obra que, según indicaba nuestro autor en el prólogo del libro, se trataba de «la más bella pintura jamás compuesta».
Más de ochocientas páginas exploraban todos los rincones del cuadro. El libro se dividía en tres partes: “Globalidad”, “Parcialidad” y “Minuciosidad”; y cada una estaba compuesta, a su vez, por dos apartados principales: “Factura” y “Color”.
En palabras de su autor, «se trata de un libro único, un esfuerzo singular en la historia de nuestra especie: supone una prolija y detallada traducción del lenguaje pictórico al lenguaje verbal. Si se perdieran todas las reproducciones, bocetos y versiones del cuadro, siempre quedará este libro, que, mediante un riguroso y exhaustivo desarrollo de la palabra escrita, recorre cada ángulo, cada pulgada y cada milímetro de la obra que más ha influido en mi espíritu artístico».
Huelga decir que el libro de Danby supuso un fracaso sin precedentes en su carrera. Todos los agentes y casas editoriales le dieron la espalda, todos los círculos culturales le cerraron las puertas, todos los críticos literarios se negaron a leer semejante potaje. Finalmente, y por una cuestión de orgullo, el escritor tuvo que asumir los costes de impresión de medio centenar de ejemplares. Únicamente los herederos de Church y algunos entusiastas dispersos ensalzaron la vehemencia intelectual de Danby, quien, desde entonces, sería vilmente recordado por su inquebrantable afán de malgastar el tiempo.
Hoy, la obra El Partenón de Danby es una de esas rarezas literarias cuyo precio no baja de los cinco ceros.
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