
La Historia es el Terror
Siento decirlo, pero los libros que se hacen llamar «de terror» —esos espeluznantes tomos sobre posesiones malignas, apariciones demenciales, tentaciones de lo infranatural…— no son más que meras supercherías para aficionados. Solo hay una verdadera Literatura de Terror, solo una verdadera Ciencia del Miedo que nos ha acompañado siempre, sin ausencias ni modulaciones: la Historia.
Eso pienso. La Historia es el Terror.
Hay quien gusta de leer anécdotas sobre los nazis, hay quien disfruta conociendo las viejas torturas en Mongolia y hay quien se maravilla de los combates a muerte en los coliseos romanos. «Qué brutos éramos», se relame el ingenuo mientras le relata a sus colegas las últimas curiosidades que ha aprendido sobre las cazas de brujas en la Alemania protestante.
Yo, sin embargo, no puedo abrir los libros de Historia. Me dan pavor; siento un violento pánico entre sus páginas. «Ya no somos así», me reprocharán los entendidos en el estudio del pasado. «La sociedad avanza hacia el progreso y cada vez somos mejores», me dirá más de un aficionado a épocas pretéritas. Pero eso es como decir que no existe el Diablo después de haber visto El Exorcista, «que solo es una película». Pero, si no existe el Diablo, ¿por qué, entonces, nos horripila tanto el relato de esa niña?…
«¡Muerte a los intelectuales!», se gritaba en media Europa no hace ni cien años. Y yo, que de ser algo soy uno de esos anatemas buscadores de la inteligencia, sufro y tiemblo de pánico cuando imagino a esos mineros de Bucarest, a esos soldados de las SS, a esos, en definitiva, «brutos que ya no existen», sufro cuando me los imagino aporreando mi puerta, gritando mi nombre junto a la orden de detención —o gritando mi nombre sin necesidad de orden—; sufro cuando los veo forzar la madera, derribarla y entrar en mi casa, donde no hay más que libros, trastos y esquinas vacías; sufro cuando me encuentran, cuando me golpean y me arrastran, cuando me arrancan del hogar, cuando me obligan a despedirme de mi vida sin ni siquiera dejar que me despida de ella.
Y sufro, sufro profundamente cuando sé que eso les pasó no hace más de cien años a personas como yo; humildes poetas, creadores y amantes del pensamiento. A otros «yo», a «mí», cuando, por azar, fui nacido y criado en la «vieja época de terror». «Ya no somos así —se me insistirá—; el siglo XXI es diferente». Yo no me lo creo; y los libros de Historia —y aun los de Geografía, tan presente…— me dan la razón.
A los idiotas aficionados a los libros de nazis les diría yo: «Imagina que te doy un elemento químico que la comunidad científica lleva estudiando durante treinta siglos, pero del que aún no se han concluido leyes definitivas. Solo tenemos algunos datos extraídos de su historial de reacciones. Sabemos que este misterioso elemento puede mantenerse estable durante bastantes años seguidos, pero también sabemos que, en ocasiones, puede explotar y destruir todo lo que lo rodea en un extenso perímetro. ¿Lo tendría usted en su casa, por ejemplo, en su salón? ¿Dormiría usted con él bajo la almohada? ¿Acaso se tomaría a broma las advertencias y las medidas de seguridad propuestas por la comunidad científica? Pues eso mismo hace usted cuando lee con tanta ligereza esas curiosidades sobre el Tercer Reich que tan graciosas le parecen».
El elemento misterioso, ingenuo amigo, es la naturaleza humana. Sabemos que explota cuando se dan ciertas condiciones y sabemos que, antes o temprano, puede volver a hacerlo. Sin avisar. Pero lo más terrorífico es que no conocemos todas las variables que pueden desencadenar la destrucción. No tenemos leyes; solo los datos de los libros de Historia.
Hay quienes leen la Historia con el mediocre bienestar de saberse libres de todo peligro. «Ya ha pasado», dicen, «qué suerte tenemos de vivir en este siglo»
Sin embargo, hay quienes leemos los libros de Historia como premoniciones del futuro; pues, al fin y al cabo, la materia prima de la Historia no es otra que los mismos posos, los mismos torrentes y las mismas —y desconocidas— leyes humanas que han dado forma a todas y cada una de las atrocidades del pasado.
La Historia es el Terror (y hay quien habla del eterno retorno…).
Texto inspirado durante la lectura de Los sonámbulos, de Hermann Broch.
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