
‘La lucha por la vida’, de Pío Baroja
Reseña de la trilogía La lucha por la vida, de Pío Baroja.
Estaba al principio de la vida y se sentía sin fuerzas ya para la lucha. Ni una esperanza, ni una ilusión le sonreía. El trabajo, ¿para qué? Componer y componer columnas de letras de molde, ir y venir a casa, comer, dormir, ¿para qué? No tenía un plan, una idea, una aspiración. Miraba la tarde del domingo alegre, inundada de sol; el cielo azul, las torrecillas lejanas.
Pío Baroja, ‘Mala hierba’
La desazón de la ciudad
Pocas sensaciones conozco yo más terribles que la de sentir que la vida está vacía, que es absurda y sin sentido. Los domingos uno se pone a pensar porque tiene tiempo para ello, y piensa en cómo se va deslizando la vida, mecánicamente, cada semana, cada mes, cada año…, con la única pretensión de prolongarse en el tiempo.
La desazón nihilista puede desesperar a quien no se siente parte del mundo; y esto ocurre, con más frecuencia, en las ciudades, donde el ser humano ha perdido los vínculos con la tierra, no es dueño de su trabajo ni de los frutos de este, y debe elegir entre vender su vida para no pasar hambre o ser libre, pero hambriento. Cuando uno no quiere ser un esclavo del sistema productivo, pero tampoco quiere mendigar…, ¿qué salvación queda en la ciudad? Pues me temo que ninguna, como no sea alistarse en algún grupo terrorista, como defendería con gusto más de un personaje del sabio y alegre Jorge Morcillo.
El exilio interior
La lucha por la vida, de Pío Baroja, explora esta ambivalencia, la del muchacho humilde que no nace rico y que necesita dinero para vivir, sea trabajando a destajo para dormir bajo techo, sea pidiendo limosna y pasando hambre para dormir al raso. Sea como sea, Manuel, el protagonista de la trilogía, no quiere una ni otra cosa, y de ahí sus constantes vacilaciones y búsquedas. Un sentido de la dignidad personal (del que él, por cierto, no es demasiado consciente) le aleja del trabajo asalariado, pero también de la vida del trapicheo y del hampa.
Manuel quiere, simplemente, vivir, y no sobrevivir. Su lucha por la vida no es la del que busca enriquecerse ni alcanzar el poder y la fama, sino, simplemente, la del individuo que se opone al hambre y al exilio interior, y que busca pasar el tiempo de la forma más tranquila posible. Y por eso no encaja en su mundo, o sea, Madrid. Porque el mundo de las ciudades es el mundo del exilio interior para aquellos que nacen pobres y mantienen un mínimo sentido de la dignidad personal.
Cualquiera que viva en una ciudad y necesite ganarse el jornal para vivir, pero a la vez quiera conservar su dignidad personal en el intento, las va a pasar canutas y se va a quedar muy confundido. En la ciudad un hombre honrado no es más que un esclavo de las patronales que lo explotan y del Estado que lo saquea. Por este motivo, entre otros, La lucha por la vida sigue siendo una lectura tan enjundiosa a más de cien años desde su publicación.
Nada más que lo real
El estilo de Baroja puede resultar algo chocante al principio; sobre todo si se lo compara con sus coetáneos, a cuál más esteta. (Piénsese en el florido Valle-Inclán, en el pulcrísimo Azorín o en el denso y grave Unamuno). Sin embargo, uno acaba admirando ese lenguaje en cierta forma folletinesco, bajo cuya superficie, tan sencilla y coloquial que parece, da la sensación de que se agita algo más misterioso y tremendo. Acaso la naturaleza humana, esa “esencia” que, cuanto más tratamos de describir y aprehender, más se nos escapa de las manos.
Quizá por eso mismo sea el estilo de Baroja el más adecuado para hacernos una idea de lo que supone ser humano en una ciudad; o, dicho de otra forma: quizá por eso el escritor vasco es un retratista privilegiado de la condición humana occidental. No intenta capturarla, no pone su prosa al servicio de ninguna cátedra ni trata de convencernos de lo cruda, absurda e irreal que puede ser la vida humana puesta al límite. No. Ninguna de esas “grandes palabras”, tan rimbombantes y de tan elevado tono, tiene cabida en la trilogía de Baroja. Sin nombrarlo explícitamente, y ni siquiera tangencialmente, Baroja nos habla de lo insondable, a partir de personajes y acciones; de lo tremendo, a través de ambientes y callejas.
No hay más que lo real, sin los adornos de la emoción ni lo grandilocuente de la poesía. Baroja es un observador que toma nota de lo inabarcable y ordena lo caótico del mundo “moderno”. Su afán no es el del esteta, sino el del testigo.
Madrid, Manuel, Anarquía
Son tan abundantes los personajes —muchos de los cuales no vuelven a aparecer tras su “minuto de oro”, que puede ser una descripción, un diálogo, una referencia indirecta…—, es tan trepidante la acción, son tan lacónicos los diálogos…, y, en general, es tanta la sensación de “agradable desorden”, que uno no sabe por dónde empezar a reflexionar sobre la lectura. Me viene a la cabeza “Madrid”, que es el encuadre de la obra; pero también “Manuel”, que es el protagonista; o “anarquía”, que es la idea sobre la que pivota el tercer libro; y, sin embargo, tanto “Madrid” como “Manuel” como “anarquía” se me quedan pequeños y creo que no hacen justicia a la trilogía, que es mucho más universal que “Madrid”, mucho más amplia que “Manuel” y mucho más profunda que “anarquía”.
La ‘lucha por la vida’ y la bestia de las calles
La lucha por la vida de Pío Baroja es un humus humano en que las relaciones sociales están imbricadas en mil direcciones. Ya no las personalidades concretas, sino el azar y la espontaneidad propias de la naturaleza me parecen los verdaderos protagonistas de esta obra, siendo Manuel, la Salvadora o Roberto —por decir algunos de los personajes más carismáticos— unos meros antagonistas, luchadores por la vida en un medio hostil y marchito, de muerte y derrota omnipresentes.
La voluntad de los más férreos personajes o el desamparo de los más castigados, vistos desde un ojo de águila indiferente a los afanes y padecimientos de nuestra especie, se alejan de todo heroísmo y toda tragedia, y se tornan insignificantes, absurdos, contingentes. La ‘lucha por la vida’ no es más que la ley de conservación orgánica propia de nuestra condición; y cada cual la lleva como sabe y como puede. No hay más. Todo es naturaleza, y lo demás nos lo hemos inventado porque, al fin y al cabo, el ser humano no quiere —no queremos— ser como el animal.
Detrás del retrato del Madrid de principios de siglo se oculta lo tremendo y terrible de todo el mundo occidental. Y es que, cuando uno va al campo, o al bosque, o al mar, y reflexiona sobre la cadena trófica, se da cuenta de que las ciudades no son tan diferentes. Ahí estamos: luchando por la vida tras haber perdido los vínculos con ella. Sobreviviendo en las ciudades, tal y como hacen —así diría Emilio Picón— los humanimales.
Comparte esto:

'Hambre', de Knut Hamsun

De una hoja que encontré en el bosque
También te puede interesar

‘La frontera de la tierra’: el español como viaje y como hogar
31/01/2020
El prisma universal: ‘humanimal’, de Emilio Picón
01/10/2021
11 Comentarios
las ruinas del cálamo
Me ha encantado tu reseña, pero yo no quiero ser terrorista de nada, por Dios. Bueno, sí, de buena literatura, de metáforas y demás…, pero todavía no lo he conseguido. Estoy aprendiendo a manejarme con ese “armamento”.
Dicho esta explicación que considero pertinente (no vayan los servicios secretos a perseguirme por lo que no soy ni quiero ser) me agrada mucho leer una visión en conjunto del maestro Baroja. Tanto a Baroja como a Dostoievski les preocupaba el ser humano.
El otro día en una entrevista que vi del rumano Cărtărescu decía que una página de Dostoievski vale más que diez o veinte de Nabokov (si no recuerdo mal decía así). Y eso que Nabokov es un estilista y escribe mejor que Dostoievski, formalmente, en apariencia.
Pero no solo es estilo. El contenido también importa. Baroja es nuestro Dostoievski a otra escala.
Salud
Darío Méndez Salcedo
Jaja, tienes razón. Eso lo dice uno de tus personajes y no tú. El mundo se queda más tranquilo. Voy a cambiarlo y así no te persigue nadie.
Para mí el arte en general es un camino de exploración al interior del ser humano. Más que estilo o no estilo, abismo o superficie.
Cuando acabe ‘Solenoide’ escribiré algunas líneas sobre Cărtărescu. Estos últimos días también estoy viendo algunas entrevistas y charlas suyas. Siempre es un placer poner voz y carne a lo que se lee.
¡¡¡Un abrazo grande!!!
las ruinas del cálamo
Ah, y lo de sabio no hace falta ni refutarlo. Cualquier persona que me conozca se reiría de eso.
De todas formas muy agradecido de que tengas tan peligrosa opinión de mí.
Un abrazo.
Darío Méndez Salcedo
Lao Tsé también se reía de quienes le llamaban sabio.
omduart
¿Has reseñado El Tao Te King? Si sí, pásamelo por favor, sino, ¿Te atreverías?
Hermosísima reseña… A Pío le tengo ganas hace tiempo y aún no me he hecho ni con un solo libro suyo 🙁 aiins. Gracias por compartir, Darío. Un abrazo.
Darío Méndez Salcedo
El Tao Te King es libro sagrado…, yo no podría reseñarlo. Me lleva acompañando la mitad de la vida, como quien dice, pero no me atrevería a escribir nada sobre él. Tengo una relación muy complicada con ese libro, jaja. Si alguna vez escribes algo sobre él, dímelo, por favor.
En su día escribí alguna cosilla sobre Kamo no Chomei (monje budista) y Tao Yuanming (poeta taoísta). Te pueden interesar. Te dejo los enlaces debajo.
Muchas gracias a ti. ¡¡Un abrazo!!
https://dariomendezsalcedo.wordpress.com/2018/06/14/el-poeta-que-decidio-vivir-en-la-montana/
https://dariomendezsalcedo.wordpress.com/2018/06/22/la-fuente-del-jardin-de-los-melocotoneros/
omduart
¡Gracias! YO no me atrevo a escribir nada acerca del Tao, pero me gusta mucho, lo he léido muchas veces y he escrito poemas como “imitando” torpemente al Tao… 😀 Gracias por los artículos, los leeré! Un abrazo, Darío!!!
Darío Méndez Salcedo
Si alguna vez publicas esos poemas, no dejes de informarme. 😉
Un abrazo!!!
omduart
creo que tengo alguno publicado en el blog… no estoy seguro, jajaja.
omduart
Reblogueó esto en Ama, ama y ama.
Gatopardo
La discusión sobre el fondo y la forma, el contenido y el estilo, como si fueran cosas anatgónicas, es una melonada.
Si Baroja hubiera escrito sus libros con el estilo pomposo y engolado que tanto gusta a los escritores provincianos que posan de exquisitos, sería un fiasco de tantos, y no ese monumento a la raza de los perdedores que es su trilogía.