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pink cherry blossom tree near an ancient temple
Ficción

El samurái que dibujaba flores

Shitoshi, uno de los samuráis del señor de Hao, pasaba muchas lunas dibujando flores. La actividad le gustaba y le producía la serenidad que todo guerrero del espíritu debe mantener. Sin embargo, Shitoshi se decía: «Cada pincelada supone una traición a mi señor. Yo, que soy samurái del señor de Hao, no he de albergar más afán que el señor de Hao; y, sin embargo, aquí me hallo, dibujando flores durante la oscuridad, encontrando en ellas la paz que la mera servidumbre debería brindarme. ¿Acaso soy un traidor por dedicar estos mágicos momentos a la pintura, y no a mi señor?».

Así se lamentaba el samurái cada noche, pero a nadie le contaba su secreto. Durante años, Shitoshi siguió dibujando a espaldas de su señor y de los demás samuráis.

Durante un amanecer de invierno, el castillo del señor de Hao fue asaltado por unos bandidos adiestrados en el arte de la guerra. Burlaron las defensas del castillo y asesinaron a varios samuráis. Solo quedaron Shitoshi y cuatro más. Los asaltadores, ventajosos, apresaron al señor y exigieron las riquezas del castillo a cambio de su vida.

El señor de Hao ordenó a sus samuráis que siguieran luchando hasta morir; y todos lucharon menos Shitoshi, que vio cómo los asaltadores asesinaron a sus últimos compañeros.

Entonces Shitoshi dijo al líder de los criminales:

—Acompañadme. Os conduciré hasta el tesoro del castillo.

El señor de Hao le ordenó que se detuviera, pero Shitoshi no hizo caso. Guio a los asaltantes hasta las dependencias de los samuráis, y los vándalos comenzaron a reírse y a amenazarlo con la muerte. Shitoshi, sin embargo, mantuvo la calma. «Los más sabios maestros parecen los más viejos y arrugados», les dijo, y entonces les descubrió su colección de pinturas.

—Este es el tesoro del castillo —anunció—. Con seguridad os habrán hablado de las riquezas de mi señor, y he aquí su manantial: un centenar de pinturas florales de antiguos artistas de la región. Mi señor no colecciona joyas, cerámicas ni ébano, sino estas obras de arte; prueba de ello es que ni siquiera las esconde en su fortaleza, sino en las dependencias de los samuráis, donde nadie puede entrar. Tomadlas, si os place, y capturadme a mí con ellas si es necesario; pero perdonad la vida de mi señor.

Cautivados por aquellas pinturas, los asaltadores perdonaron la vida a Shitoshi y al señor de Hao, y abandonaron el lugar. Pero el señor de Hao, pensando que su samurái había entregado su tesoro a los criminales, lo condenó a muerte por traición.

—Me ordenasteis que luchara y no luché, me ordenasteis que me detuviera y no lo hice. Ahora ordenáis mi muerte; y esta vez obedeceré—dijo el samurái—. Si mi muerte os complace, así sea. Sin embargo, solo me gustaría solicitaros una última voluntad: deseo ser ejecutado con el puñal de alabastro, que los bandidos no han llevado consigo.

El señor de Hao accedió y se dirigió al salón del tesoro, donde guardaba las joyas, la cerámica y el ébano de milenios atrás; y grande fue su sorpresa cuando vio que su tesoro estaba intacto. Cuando le preguntó a Shitoshi, el samurái le respondió:

—Llevo años sufriendo por mi infidelidad, señor mío. Durante el día os servía y por la noche pintaba flores. Mi espíritu estaba quebrado. Sin embargo, tras tantos años de tribulación, han sido esas flores las que han salvado vuestro tesoro y vuestra vida. Ahora no sé qué pensar, señor mío.

Cuentan que, agradecido, el señor de Hao liberó al samurái y le dio parte del tesoro para que pudiera dedicarse a la pintura cuantos años deseara.

pink flowers
Fotografía: Evgeny Tchebotarev, Pexels.com

Otros textos de inspiración taoísta: Chun Mai, sabio ignorante; La fuente del jardín de los melocotoneros.

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