Defensa del ojo de la lujuria

Es lícito que me defienda de sus calumnias; por lo que, si ha terminado de increparme, ruego permita que exprese mi postura. Eso de llamarme ‘Ojo de la lujuria’ no es apropiado.

El hecho de que yo me masturbe desde mi balcón cuando observo a una mujer hermosa no implica, en modo alguno, vejación o abuso en contra de esa mujer en particular ni de «la mujer» en general. Desde hace años, como ya le he dicho, vivo encerrado en este noveno piso al que ya me he referido antes, en tono jocoso, como «cárcel de amor». Aquí vivo separado (y a bastantes metros de distancia, por cierto), vivo separado del mundo y de las mujeres; hace más de dos lustros que no toco a ninguna mujer y espero seguir así durante el resto de mi vida. Por tanto, no intente hacer creer a la audiencia que yo «ensucio» a las mujeres cuando ni siquiera las rozo, ¡y es más!, cuando ellas ni siquiera saben que yo las observo.

Dicho lo cual, no puedo sino reivindicar ya no mi inocencia, sino mi dignidad en todo este asunto. Déjeme que le explique una cosa: no solo no he forzado ni violado a mujer alguna, sino que las he amado a todas; y no negará usted que cualquier persona en sus cabales gusta de ser amada (y cuanto más, y cuantos más, mejor). Por tanto, si hay aquí algún mártir soy yo: el solitario eremita que, desde la altura del anonimato, no es querido ni amado por nadie y que, sin embargo, ama sin límite ni freno a cuantas beldades recorren la calle bajo sus ojos.

Déjeme insistir en una cosa: yo no hago otra cosa que amar, invocar el espíritu fascinante y esplendoroso de cada mujer, el latido orgásmico que palpita en el interior de cada una de ellas; y lo hago desde el mayor respeto y la unción más devota. Yo solo amo, así que pare ya de demonizar el amor.

Y, por favor, no sea hipócrita: en un mundo donde todo el mundo ve películas pornográficas, yo reclamo y pongo en valor el amor real, el placer maravilloso que produce una mujer auténtica que pasa frente a la mirada de uno en el instante presente. ¡Déjese usted de lecciones morales, y permita que el amor y la sensualidad fluyan en libertad! Y sí, llámeme si quiere (y estoy seguro de que este título trascenderá a la prensa) «ojo de la lujuria»; pero, y con esto concluyo, permítame hacer hincapié en un detalle importantísimo: antes de todo esto, yo no existía. A partir de ahora podré estar en cualquier noveno piso.

Pero que no cunda el pánico: lo único que haré será amar a distancia.

Queda el público advertido de mi existencia, de mi perversión y mi «lujuria».


Otros degenerados: Franz Osler, el pirómano; El Catedrático de la Virtud Humana.

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Entrevista a Álvaro Sánchez-Elvira Desvaríos morales del pirómano Franz Osler

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