
La Cátedra de la Virtud Humana
«La psicología alcanza su máximo interés cuando hiede».
-Un aspirante a la virtud.
Todavía recuerdo el discurso del profesor W., hombre labrado e íntegro, con motivo de su ceremonia de despedida. El Claustro de Académicos, apoyado por toda la comunidad universitaria, le había propuesto que su última conferencia en calidad de Catedrático de las Ciencias del Comportamiento versara sobre la virtud humana, esa búsqueda y aspiración moral a cuya investigación y cultivo había dedicado su vida. Él aceptó de grado, y a todos nos sorprendió su breve, pero vigorosa intervención.
«Muchos os preguntáis cuál es el origen de la virtud humana; y no en abstracto —pues, por otra parte, eso no existe—, sino en concreto, en lo concerniente a mi vida y mis labores. Bien; sea el objeto de vuestro interés la virtud intelectual o la virtud moral (que de ambas, y muy a mi pesar, tengo fama de escalador), he de decir lo siguiente: si he podido ser virtuoso durante toda mi vida ha sido gracias a la zoofilia».
En este punto todos rieron, pues el reputado profesor W. siempre había sido un conferenciante con gusto por lo cómico; pero, al poco, una terrible impresión comenzó a atravesarnos y a tambalear nuestra carcajada, y pronto se nos pasó la risa, que dio paso al estupor —primero— y al horror —después—.
«¿Cómo, si no, aspirar a subir, subir y subir, siempre más alto, cada vez más perfecto e intachable? Un artículo brillante, un libro de las cumbres, un discurso de altos vuelos; todo eso está muy bien, pero en modo alguno constituye un logro per se y ni mucho menos un motivo para la acción. No, no; yo sabía que detrás —o, mejor dicho, debajo— de todas esas conquistas se desplegaban las ruinas del frenesí y la parafilia, los escombros empantanados de la bestia, el fango del animal. Después del estudio, la reflexión y la escritura, mi tónico de la virtud consistía en una botella de whisky y una descarga brutal en el interior de cualquier ternera de mi granja.
» ¡Qué felicidad, qué premio, saberme libre de las cadenas de la virtud! Así es: yo no amaba el campo, sino a sus bestias, a esos seres primitivos que contrastaban con mis logros y aliviaban mis esfuerzos; yo amaba, y amo, la cópula más ruin y enfermiza, la más liberadora, la más animal. ¿Qué os pensabais, mis queridos y queridas? Solo soy un hombre; y, como bien descubrieron los científicos de la conducta, es el principio de homeostasis una constante del organismo humano: la excitación debe compensarse con el relajamiento y, de la misma forma, la virtud debe recompensarse con el vicio. ¡Las grandes virtudes exigen grandes vicios, y quien no se atreva a pensar así es un mentiroso! Mirad a los más grandes y decidme cómo acabaron. Suicidas, toxicómanos, ¡enfermos mentales y hasta asesinos!
» Homeostasis, queridos y queridas; he ahí la única medida de todos los actos morales. No se mide el tamaño de un hombre por la grandeza de sus virtudes, sino por la vileza de sus perversiones. Y he aquí un hombre que, si ha conseguido los más difíciles logros, es, y lo digo por experiencia, gracias a la recompensa más oscura y viscosa, el único consuelo ante el agotamiento espiritual de pretender subir, subir y subir para llegar aquí, a la Cátedra de la Virtud Humana, que solo es tal porque no vemos el subsuelo».
Poco más puedo reseñar sobre la intervención del profesor W., salvo el silencio abrumado de todos los presentes y la despedida seca, fría, gris, de uno de los más insignes maestros de la nación.
Texto inspirado por la lectura de El caso Wagner, de Robert Gaupp.
Otros sabios locos: Franz Osler y Ojo de la Lujuria.
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La Narcoliteratura
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