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Artículos, reflexiones

‘Solo existe para ser escrito, no para ser leído’. A propósito de Kafka

“Solo existe para ser escrito, no para ser leído”. Eso decía Franz Kafka a Max Brod sobre su novela El castillo (citado por Mauriac, 1972).

Kafka no quería ser leído; únicamente quería escribir. No buscaba la gloria; solamente la salvación. Para él la literatura no era una llave para encajar en el mundo, sino un abrigo para protegerse de él. Y por eso prohibió a su amigo Max Brod que publicara sus manuscritos. Porque eran su refugio y nadie tenía derecho a entrar en él.

Sin embargo, el hombre Kafka murió, y entonces sus obras nacieron para el mundo.

Es irónico que los libros de un hombre que no quería ser publicado acabaran siendo publicados, leídos y estudiados, hasta el punto de nutrir el tronco de la llamada ‘Literatura Universal’ y convertirse en uno de esos autores ‘indispensables’, a los que todos conocen y todos homenajean.

Cada vez que leemos y citamos a Kafka lo hacemos como impostores. Nos metemos a husmear en la vida interior de un hombre que escribía para, precisamente, explorar su soledad interior. Si quería dedicarse a la literatura, si para él la “mayor de las nostalgias es la literaria”, no es porque deseara triunfar ni ser famoso ni conocido, sino únicamente seguir explorando sus reinos interiores. En soledad y sin mirones.

La literatura es un medio para sus incursiones al abismo; y tales incursiones son el mismo acto de la escritura: la palabra que se adentra en lo profundo, el organismo que se repliega y se ilumina con el lenguaje en circulación. El conocimiento y la escritura son diferentes dimensiones del mismo acto orgánico. Queda el libro, la palabra escrita, como mera consecuencia de la exploración y testimonio de lo desconocido. Como huella. Por ese motivo, acaso sean sus Diarios la mayor obra literaria de Kafka; el caldo primigenio del que nacen sus cuentos, novelas y todo lo demás que hemos convenido en llamar “literatura”.

A partir de aquí, vamos a ser un poco juguetones y muy poco serios. Solamente especuladores lúdicos.

Pero, únicamente por divertirnos, ¿y si igual pudiéramos separar a los escritores de Diarios de los autores de Literatura? Estos últimos serían los autores a los que veo más preocupados por ser leídos que por escribir. Más preocupados por construir Literatura que por adentrarse en sus Diarios. Autores a los que, en resumidas cuentas, no les gusta escribir, sino publicar. A los que arrancar cada palabra les supone un mazazo y una escisión tremenda, pero lucrativa; autores que se preocupan de la “editorial” que los publicará y las “librerías” en las que estará su libro y las “reseñas positivas” que tendrá su libro y las “reseñas negativas” que le dejarán destrozado dos o tres meses (“síndrome del impostor”, lo llaman ahora), y en los likes que tienen sus post en los social media; preocupados por los informes de ventas y las regalías de las ventas y en la atención que tiene su libro en los medios, en los foros y en las tertulias.

Preocupados, en fin, por la posteridad de sus escritos. Son autores que, en aras de la posteridad, hacen racional y burocrática la escritura. Pero una escritura racional y burocrática deja de ser escritura. Será Literatura, pero no escritura. Literatura que ‘solo existe para ser leída, no para ser escrita’. El mundo de Kafka al revés.

Quizás cuando el silencio regrese a la literatura, cuando haya más papeles en los cajones que libros en las estanterías, acaso los autores dejen de ser profesionales de la mentira.

Todos somos capaces —al menos en apariencia— de vivir, porque un día u otro hemos recurrido a la mentira, a la ceguera, al entusiasmo, al optimismo, a una ideología, al pesimismo y no sé a cuántas cosas más. Pero él no conoció jamás un refugio protector, jamás. Es tan incapaz de mentir como de emborracharse. Carece del menor asilo, del menor abrigo. Por eso está expuesto a todo aquello de lo que los demás estamos protegidos. Está desnudo en un mundo disfrazado.

—Milena, sobre Franz Kafka (citado en Mauriac, 1972)

Mauriac, C. (1972). La aliteratura contemporánea. Madrid: Guadarrama

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