
Tres libros de cálido terror
Ojo: en este artículo hablo sobre libros cuyos argumentos puedo destripar.
Alguna vez me han preguntado si edito literatura de terror. Lo cierto es que no lo sé. Por una parte, no tengo ninguna colección dedicada ‘explícitamente’ al terror; por otra parte, sí he sacado algunos libros que me han dejado trastornado durante varios días. Supongo que, como bien dicen escritores más versados que yo en el género (véase, por ejemplo, esta animada conversación en Twitter), los medios de que dispone la literatura no son los del cine o las casas del terror; y que, por tanto, cuando nos referimos al terror literario no debemos pensar en sustos ni en hiperventilación, sino en un desasosiego más paulatino, menos visceral e instantáneo, que nos brinda una mirada diferente sobre el mundo, nos hace desconfiar de nosotros mismos y de los demás, y nos hace sentirnos inseguros por el mero hecho de existir en el misterio.
En este sentido, y bajo la nomenclatura genérica de ‘Narrativa contemporánea’, hay tres libros que, editados con este sello, desarrollan todo un esquema de terror doméstico y afincado en los más elementales fundamentos de la vida: la casa y la familia; ambas como cárcel, castigo o amenaza que se cierne sobre el individuo, supera su conciencia y lo tensiona hasta límites demenciales.
Me refiero a Jaulas de hormigón, de Mayte Blasco (2021); Galaxia cicatriz, de Pedro P. González (2021); y El sueño más profundo, de Íñigo Sota (2019).
A continuación esbozaré el tratamiento que cada uno de estos libros hace del terror familiar y doméstico, y lo ilustraré con algún fragmento representativo.
La familia
Los lazos de la sangre son irrenunciables. Ya sean por nacimiento, ya sean por instituciones como la adopción o el matrimonio, sus vínculos tienen el sello de la eternidad; y la eternidad puede convertirse en una pesadilla cuando viene acompañada de sufrimiento. Los vínculos familiares malogrados pueden destrozar la vida y arrasar, poco a poco, la cordura de las personas. Relaciones de dependencia, abusos de poder, rutinas humillantes… La literatura puede relatar tales abominaciones de la cotidianidad sobre el sujeto, que se desmonta sobre sí mismo y acaba destruyéndose.
Lo vemos, por ejemplo, en el matrimonio de Helen y Troy en Galaxia cicatriz. Ambos están unidos por un elemento enfermizo que impide su separación. Están condenados a la convivencia, a pesar de odiarse y de estar matándose mutuamente. La podredumbre, la desidia y la crueldad serán las armas con las que ambos enfrentan sus fantasmas, de los que no pueden zafarse sino matándose mutuamente, poco a poco.
Su rutina ha saltado por los aires y son casi las siete y media. Está tensa. Se intenta abstraer y lucha por recordar qué es lo que ha soñado. Tiene que serenarse antes de salir por esa puerta o terminará atropellando al primer niño que se cruce en su camino.
El relato ‘Purgatorio’, que abre Jaulas de hormigón, abunda, ya desde el mismo título, en la condición de infierno en la tierra que supone, para una persona paralizada, ver cómo su mujer debe hacerse cargo de su agonía a pesar de sus deseos de matarlo. La incapacidad de esta conciencia, desprovista de movimiento corporal y absolutamente dependiente de cuidados externos, se palpa desde el comienzo del relato:
Todos los días me pregunto si le habrá echado cianuro o matarratas a esa sopa de caldo que me da de cenar cada noche; la muerte servida en bandeja de plata. Sin embargo, no es la muerte lo que me ofrece, pues siempre despierto al día siguiente, ni tampoco es de plata ese recipiente metálico y ennegrecido.
Por su parte, la relación corrompida entre dos hermanas, Ruth y Laura, es la base del horror que atraviesa, in crescendo, la novela El sueño más profundo. En esta narración nos introducimos en lo que, en un principio, solo parecen celos entre hermanas. Poco a poco, y gracias al uso de los saltos temporales, comprendemos las raíces profundas de una relación que no se basa únicamente en los celos, sino en un odio intenso y destructor que se intensifica con los terrores nocturnos, la angustia alucinatoria, los arrebatos de ansiedad y depresión, y la oscilación entre las fantasías de suicidio y los deseos de asesinato.
Otra noche, Javi y yo vimos cómo te retorcías en la cama, tumbada. Ese día no fue sonambulismo, fue como si te estiraran de las manos y los pies hasta desmembrarte. Fue muy desagradable.
El hogar
Si los lazos familiares son irrenunciables, no pocas veces el hogar hace, a su manera, las veces de cárcel. No siempre se tiene otro lugar para vivir. No siempre cohabitamos con quien nos gustaría. En ocasiones tenemos a nuestro enemigo esperándonos al otro lado de la puerta.
Tal es la premisa de muchos de los relatos de Jaulas de hormigón, donde esas cuatro paredes se tornan una camisa de fuerza para personas condenadas a vivir en ellas; muchas, obligadas a permanecer en su encerramiento por las órdenes gubernamentales a causa de la pandemia de Covid. Es la premisa de cuentos como ‘Un inmenso cubo negro’, donde la casa es metáfora de la pérdida de la conciencia, o ‘La ninfa enjaulada’, que relata la desesperación psicológica de una mujer que vive sola en su apartamento. ‘Fotofobia’, por su parte, narra el encerramiento necesario de una persona albina, a quien la luz daña los ojos, y los esfuerzos de su familia por adaptarse a tal condición. De este relato es este fragmento:
Afuera es de noche. La casa, como siempre, está escasamente iluminada. No hay bombillas en los techos, solo lámparas de sobremesa de luces indirectas. Él está en su despacho, sentado frente al ordenador. Teclea letras y números sobre una pantalla negra, extraños códigos de un lenguaje que parece un idioma extraterrestre. De vez en cuando se restriega los ojos y baja un poco más la agónica iluminación del flexo. Su empleo de programador le permite trabajar desde casa: por las mañanas, con las persianas bajadas casi por completo; por las noches, con la luz raquítica de esa minúscula lámpara.
Asimismo, en El sueño más profundo, la casa de los padres es el techo que une a las dos hermanas que se odian. El hogar familiar es, en esta historia, el símbolo de la destrucción progresiva de ambas. Una escena de pelea entre ambas cuando eran niñas retrata el ambiente de hostilidad que el salón alberga desde su infancia:
Ruth se soltó dando una sacudida y se dirigió de nuevo a Laura, que se había puesto en pie y estaba haciendo esfuerzos para no agarrarla del pelo. Dolores se interpuso de nuevo entre las dos, pero no le dio tiempo de lanzar una nueva reprimenda. La puerta se abrió y el chirrido las sorprendió a las tres. Juan Ignacio metió la cabeza entre la puerta y el marco y, con los ojos muy abiertos, gritó:
—¿Qué hostias pasa aquí?
En Galaxia cicatriz, por su parte, es la casa adquirida recientemente por Helen y Troy el testigo de su descomposición como matrimonio, y de la evolución de su destrucción mutua a través de la mirada inquietante de las habitaciones, los muros y las ventanas:
Escupe un grito de horror. Lanza las manos arriba y abajo, recorre a tientas la puerta. Intenta accionar el pomo de la puerta de la habitación donde Troy sigue en silencio.
El temblor en las manos y las lágrimas en los ojos. La mancha pegajosa se extiende y casi alcanza sus pies. Consigue girar el pomo y abre la puerta. Entra, cierra y apoya la espalda en la madera blanca. Mantiene la mirada hacia el suelo. Las lágrimas empapan la moqueta gris del dormitorio. Los sollozos y la respiración entrecortada no despiertan a un Troy que parece haberse enterado de todo.
El terror cálido
Vemos cómo el terror literario no necesariamente trata sobre fantasmas, apariciones o exorcismos. La literatura, con el poder evocador de su lenguaje, puede transportarnos a atmósferas familiares que nos inquietan, o despertar en nosotros recuerdos domésticos que nos quitan el sueño. Puede recordarnos, en fin, que el mundo puede ser un infierno y que el demonio puede habitar la habitación de al lado.
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