
Los hijos de nuestro tiempo
Desde que existe el tiempo y el ser humano engendra hijos ha habido “hijos de nuestro tiempo”; pero yo no puedo sino pensar en ellos como “esclavos de nuestro tiempo”. Los observo ávidos de entorno, hambrientos de materia y actualidad, sedientos de ríos que no beben, mas que emplean como brújula y requieren como bandera. Los hijos de nuestro tiempo son esclavos del mundo; han olvidado el símbolo y son sordos a la llamada del más allá —¡ignoran su Nombre propio!—. Confunden la literatura con un juego de ingenio, el arte con la tramoya distinguida; se atragantan de ingenio y de distinción y de cimientos, aman la tierra por la tierra misma y les deleita su sequedad por no intuir los pozos; observan el cielo anochecido y se consuelan pensando que algún día lo masticarán y expulsarán a las cloacas —conmovedora forma de amar ostentan los esclavos—.
Los hijos de nuestro tiempo, esclavos de todos los tiempos y todos los lugares de la Historia, temen las palabras grandes y los amores imposibles. Cantan a las barras de bar, a las colillas impregnadas de pintalabios y a las farolas que alumbran la calle con su obscena penumbra enlatada|):|:|:|:(|iluminar la noche con bombillas es olvidar la inmensidad. ¡Temen amar la Noche, a la Madre, al Eterno Desconocido que gravita y se posa y se insinúa en los dioses invisibles! Temen, les da miedo el Misterio y la extensión de lo posible, y entonces callan, o cantan con frío, que es lo mismo que enmudecer bajo lo fundamental.
Atravesados por la esfera, se creen rectos, paralelos al río sin caudal.
Los esclavos de nuestro tiempo no conocen el Tiempo porque reman al son de sus minúsculas.
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'Pequeña fuga (a seis voces)', de Cristina C. Ciudad
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