
Cómo matar a un buscador
La llamada de las letras es una fuerza orgánica, tan incontrolable como el llanto y tan fervorosa como la risa. ¡Ay de todos esos sádicos que dicen cómo llorar y cómo reír, ante qué hemos de hacerlo y qué motivos nos legitiman para ello! Los buscadores del Absoluto sienten mucho, y su sentir es el sentir poético; se ríen con palabras, rugen airados con el verbo y lloran a través de la expresión del sonido escrito.
¡Qué libre y qué dichoso es el buscador que no obedece y ni siquiera oye las reglas de quienes no saben sentir! Pues todos esos sacerdotes del arte y la narración no son sino doctores de la ley; y la ley no es más que el castigo para quien no se conforma con lo estándar —lo mediocre por sustituible—. La ley tiene muchos ángulos y filos; y, al contrario que la emoción que brota y salta y juega y baila con nombre propio, los largos y polvorientos rollos de la norma tratan de codificar la expresión poética, el fermento literario del órgano vivo, con conceptos y sanciones.
«Arco de evolución del personaje», dicen los del Tribunal de la Psicología, ignorando que la Psicología no es otra cosa que la ciencia del alma —ignoran la etimología quienes presumen de haber nacido en ella—, y el alma es potencia y expansión y enemiga de todos los preceptos; «no cuentes; muestra», dicen los Jueces del Tempo, quienes creen —aún y para siempre— que el ritmo lo marca la acción y no la música del texto; «sed representativos y no os olvidéis de hacer política», arengan los Pretorianos de la Paz, que olvidan —son olvidadizos, o acaso no conocen la historia—, que olvidan que sus leyes no cambian el mundo, sino que únicamente recogen las medallas de los mártires que ellos mismos pugnan por olvidar.
¡Ay de todos los Justos! ¡Creen en el Arte y en la Literatura, pero no saben que el Arte y la Literatura van en minúscula para quienes miran hacia arriba y hacia adentro, hacia la lengua viva y floreciente del espíritu, hacia la semilla pequeña y poderosa de la expresión orgánica! Vivan los buscadores de sí mismos, vivan los buscadores del Absoluto; dichosos los que aún —aún y para siempre— se dejan atravesar por las grandes palabras y no temen que su canto solo resuene en el desierto y su danza solo contente a las estrellas. Los Justos han conquistado la ciudad y sus mercados, pero nuestro es el mundo y sus horizontes.
Maten, sigan matando los Justos a los buscadores. Los asesinos viven para la Literatura; los que buscan solo convivimos —aún y para siempre— con ella.
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2 Comentarios
omduart
¡Arrollador! muy beatnick, se puede escuchar el aullido de nuevo… molaría recitarlo y grabarlo. ¿Alguien lo ha hecho? ¿podría hacerlo yo? Te lo regalaría y sería bonito de regalarte… gracias por escribir, Darío.
Darío Méndez Salcedo
Claro, siéntete libre, camarada. Que las letras fluyan. Gracias a ti, siempre. ¡¡Abrazos grandes!!