El arte inconsciente según Jung

El inconsciente

Como psicólogo analítico, Carl Gustav Jung divide la estructura psíquica del individuo en dos grandes instancias: la consciente y la inconsciente. Por lo general, las personas son más o menos conscientes de ciertos elementos de su psique, pero tras estos subyace un humus de «material subliminal» que, según Jung (2002, p. 34),

puede constar de todos los deseos, impulsos e intenciones; todas las percepciones e intuiciones; todos los pensamientos racionales e irracionales, conclusiones, inducciones, deducciones y premisas, y toda la variedad de sentimientos. Algunos o todos esos pueden tomar la forma de inconsciente parcial, temporal o constante.

Gran parte de ese caldo de «material subliminal» está vedado a la conciencia, es decir, comprende una naturaleza que escapa a las leyes de la racionalidad, por lo que nuestros medios habituales de conocimiento y aprehensión, basados en la lógica aristotélica, no son suficientes para su desentrañamiento. A este respecto, afirma Jung que «nuestra psique es parte de la naturaleza y su enigma es ilimitado» (2002, p. 20). No podemos, por tanto, comprender su intríngulis, y mucho menos domeñarlo.

Sin embargo, ¿qué quedaría de la ciencia psicológica y, en concreto, de la psicología analítica, si el prolífico reino del inconsciente permaneciera completamente inaccesible para el pensamiento? Jung es claro en este sentido: «no podemos definir ni la psique ni la naturaleza. Solo podemos afirmar qué creemos que son y describir, lo mejor que podamos, cómo funcionan» (2002, p. 20). Así, nuestro autor adopta una postura intermedia entre el misterio y lo cognoscible, entre la cerrazón y la apertura: relega la parte inconsciente al abismo, pero mantiene la esperanza de poder describir las leyes que rigen en la oscuridad. No pretende iluminar la tiniebla; únicamente trazar su mapa.

Los símbolos como expresión del inconsciente

En este punto es legítimo plantear una cuestión de vital importancia: ¿cómo cartografiar el abismo, si este es inaccesible para la conciencia?

Según la teoría jungiana, la relación entre el contenido consciente y el inconsciente de la psique no es de hermetismo, sino de ligazón. Los elementos inconscientes invaden la mente consciente y se manifiestan en pequeños gestos, expresiones verbales, sueños, proyecciones… y, en definitiva, en conductas a las que difícilmente prestaría atención un lego en la ciencia psicológica. Jung resume la relación entre ambas instancias de la psique de la siguiente manera: «Parte del inconsciente consiste en una multitud de pensamientos oscurecidos temporalmente, impresiones e imágenes que, a pesar de haberse perdido, continúan fluyendo en nuestra mente consciente» (Jung, 2002, p. 29).

Así pues, cabe preguntarse: ¿cómo aborda el psicólogo el finísimo hilo que une ambos dominios de la psique? Si el inconsciente tiene sus propias leyes, y estas son inaprehensibles para la lógica racional, ¿cómo podemos hacer ciencia de lo que —a priori— no podemos conocer? Tales cuestiones nos obligan a tratar el núcleo de la teoría jungiana: los símbolos como punto de unión entre lo consciente y lo inconsciente.

Lo simbólico

Define así nuestro autor la noción de símbolo:

Una palabra o una imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio. Tiene un aspecto «inconsciente» más amplio que nunca está definido con precisión o completamente explicado. […] Cuando la mente explora el símbolo, se ve llevada a ideas que yacen más allá del alcance de la razón (Jung, 2002, p. 18).

Los símbolos son, dentro del sistema jungiano, el nexo entre el afán de comprensión y los límites de la racionalidad; o, dicho de otra manera, la vía de que dispone la razón para acceder a los dominios de lo inconsciente. El símbolo se estructura como un lenguaje perceptible para la razón. Como lenguaje, esta puede acceder a él, pero, como símbolo, no puede aprehenderlo en su totalidad. «Podemos tocar el símbolo, aunque no logremos descifrarlo a nuestra entera satisfacción» (Jung, 1999, p. 69).

El inconsciente se expresa mediante símbolos; y el símbolo no es un concepto cerrado, inequívoco ni esencial, sino, en última instancia, una realidad ilimitada, un horizonte abierto y un idioma del que el ser humano solo conoce los rudimentos. Es un misterio cuya naturaleza, por otro lado, entraña grandes posibilidades para la creación artística.

Los símbolos y el arte

Estos símbolos, como expresión del inconsciente, se manifiestan por lo general en sueños, fantasías mentales y en la propia ejecución artística, y no obedecen a los propósitos conscientes del ego. De esta forma describe Jung este tipo de «irrupciones» del inconsciente en la labor creadora:

[…] pueden surgir por sí mismos del inconsciente pensamientos nuevos e ideas creativas, pensamientos e ideas que anteriormente jamás fueron conscientes. Se desarrollan desde las oscuras profundidades de la mente al igual que un loto y forman una parte importantísima de la psique subliminal (Jung, 2002, p. 35),

y a continuación añade el ejemplo del «despertar místico» de Descartes, o la revelación que tuvo Stevenson a partir de un sueño y que lo inspiró para trazar el argumento de Doctor Jekyll y Mr. Hyde (Jung, 2002, p. 35). Más ilustrativas —y de mayor belleza— son las palabras pronunciadas en su conferencia Relaciones de la psicología con la obra de arte, que abordan así el proceso inconsciente de creación artística:

El análisis práctico de los artistas demuestra una y otra vez lo poderoso que es el impulso que, partiendo de lo inconsciente, insta a la creación artística, y también lo caprichoso y despótico que es. […] La obra que late en el alma del artista antes de nacer es una fuerza de la naturaleza que se impone, bien con tiránica violencia, o con esa argucia sutil del fin natural, sin reparar en el bienestar o en el dolor del ser humano sometido al ansia creadora (Jung, 1999, pp. 66-67).

Kandinsky, otro explorador (a su manera) de los dominios profundos del espíritu, se refiere al mismo hecho con las siguientes palabras: «El artista, cuya meta no es la imitación de la naturaleza, […] quiere y debe expresar su mundo interior» (Kandinsky, 1996, p. 46).

Wassily Kandinsky, Composición IV (1911).

Los arquetipos como lenguaje universal del inconsciente

Los símbolos del inconsciente concretan su forma en arquetipos; en estos reside la riqueza psicológica, la profundidad y la fuente inagotable de significado que aquellos insuflan en el alma humana. Los arquetipos son los motivos recurrentes de que dispone la psique humana y que, de alguna u otra forma, son universales. Esta universalidad los hace presentes en todas las culturas y, por ende, identificables en todos los sistemas religiosos y mitológicos.

Según Jung, la estructura de la psique humana tiene su base en dichos arquetipos heredados de nuestros antepasados, de la misma forma que el cuerpo físico consta de una estructura anatómica heredada y reproducida de generación en generación. El lenguaje del inconsciente, esto es, los símbolos en general y los arquetipos en particular, no es individual, sino colectivo; en su esencia no subyace la historia personal del sujeto, sino la historia colectiva de la Humanidad, la evolución de la especie humana.

Así se explica el concepto de «inconsciente colectivo», más profundo que el «inconsciente individual» y, a la vez, más rico y revelador para los artistas y creadores; pues estos, como estandartes de la cultura de su época, son los encargados de adaptar y transmitir los arquetipos universales de acuerdo con la sensibilidad de su tiempo. Las figuras del héroe, el dragón o la madre no son sino arquetipos que se repiten y se actualizan a través de la historia y de las culturas, y que nos hablan de las realidades psíquicas de un tiempo determinado.

El artista como alquimista del símbolo

De esta forma, los artistas, como alquimistas del símbolo, son los encargados de condensar, explorar y ampliar el espíritu de su época mediante la obra de arte; obra que, si se concibe desde el impulso creador, inconsciente, a que nos referíamos antes, «rebasaría el alcance del entendimiento consciente en la misma medida en que la conciencia del autor se alejaría del desarrollo de su obra» (Jung, 1999, p. 67). Este valor simbólico de la obra de arte significa «posibilidad e insinuación de un sentido más amplio y elevado, más allá de nuestra capacidad actual de comprensión» (Jung, 1999, p. 67).

Bibliografía

0
«Los escritores son los enemigos de la vida» Dostoievski, ‘El señor Projarchin’

No hay comentarios

Aún no hay comentarios

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.