
El suicida metafísico
Hace mucho tiempo, cuando por fin pude acceder a la cuenta de correo electrónico de Marcos, descubrí lo que ya me temía: la mayor de las infidelidades. Marcos usaba su correo electrónico para escribir una especie de diario, y enviaba sus escritos íntimos a una dirección de la que nunca recibía respuesta y que pertenecía, supuestamente, a una mujer llamada Amanda.
Ahora, cuando ya han pasado tres años desde la muerte de Marcos, creo adecuado compartir este mensaje que le escribió a su idealizada Amanda, mujer que no existía (esto lo supe con el tiempo) y a la que, sin embargo, amaba más que a mí:
Querida Amanda:
Ayer por la noche me acerqué al pueblo, donde se celebraba una fiesta flamenca; y, como me ocurre en casi todos los eventos de raigambre popular, pensé en mi frágil, vana y absurda condición de pensador obsesionado por el ‘sentido’.
Pero, más allá del desenfreno, la diversión y el festejo, yo pensaba, y pensaba así: «estas gentes disfrutan, son felices, la vida les tiene un sentido. Este momento es sagrado para ellos; no existen, sino que son existidos por lo glorioso. La música, el cante, el baile, el ritmo: fluyen al compás de una vibración invisible que los conduce y los cimbrea, que los enciende y los hace renacer en lo ilimitado. Y yo, sin embargo, ajeno a todo ello, sonriente y aplaudidor, me pregunto sobre el sentido y el límite, sobre el cosmos y el absurdo, sobre Dios y la náusea. Ellos hacen temblar el suelo con su arte mientras yo me pregunto qué habrá encima del techo».
Demasiado pensamiento mata la vida; y, sin embargo, demasiada vida mata el pensamiento. Quiero ser libre, vivir, reírme del límite y olvidarme de su opacidad. Pero no puedo; siento, de hecho, que no debo. Quizá estoy condenado al lenguaje de las palabras, y quizá, y solo quizá, necesite otros idiomas para comprender este misterio terrible que es ser consciente, demasiado consciente, de mi existencia. ¿Puede ser limitado un infinito? Seguramente, sí. Y mi infinito, que es limitado, aspira al más allá condenado al menos acá. No se puede escapar; únicamente se pueden conocer los barrotes.
¡Palabras, razón, ímpetu! Cuánto cuesta escribir un texto que se sabe absurdo, ¡cuánto cuesta continuar una vida absurda! Es doloroso vivir; pero es necesario hacerlo. ¡Qué vergüenza, suicidarse! Una vergüenza eterna, terrible, inconmensurable. Una vergüenza más allá de la muerte. ¡Tanto sufridor en el mundo, tanto héroe anónimo, y uno suicidándose! No, nunca, jamás: la debilidad no es una opción. El suicidio metafísico es el más tentador, pero no quiero sucumbir. Hacen falta héroes; y, mientras algunos salvan el mundo, otros se salvan a sí mismos. No es un esfuerzo menor esto último: es una proeza sobreponerse a los límites humanos; y el absurdo, el techo y la náusea son puñales mucho más mortíferos que el definitivo.
Seguiré escribiendo, Amanda; seguiré intentando conquistar lo que no existe. Mientras tanto, viviré…
Te quiere,
Marcos.
Por supuesto, Marcos acabó suicidándose. ¿Habrá encontrado lo que no pudo en vida? Ni lo sé ni me importa; yo lo olvidé; y, por favor, no me malinterpreten. No quiero saber nada sobre él y su memoria; por mí, como si no hubiera existido.
Si comparto esto con ustedes es porque, de alguna u otra manera, soy una persona justa. Ojalá no lo fuera tanto.
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