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scenic view of mountain during evening
Reseñas

‘Respirar’, de Silvia M Díaz

RESPIRAR: (la noche del 18 de noviembre) de [Silvia M. Díaz]

Título: Respirar (la noche del 18 de noviembre)
Autora: Silvia M. Díaz
Editorial: autopublicación en Amazon (descatalogado; poemario incluido en Aire)

Respirar durante una noche

Respirar es un poemario que parte de una asunción orgánica de la escritura: sus límites se enmarcan en la temporalidad de una noche —la del 18 de noviembre, como versa el subtítulo de la obra— y la fugacidad de un estado de conciencia que no puede extenderse más allá de lo permitido por el giro de los astros.

No hay en este libro poemas, sino soplos poéticos: no hallaremos un artefacto verbal autónomo, racional e independiente de las coordenadas existenciales del momento de su creación, sino unos trazos líricos que laten y respiran con el hálito de su creadora, y que para el lector suponen un acompañamiento —síncrono, palpable, casi presencial— y una revivificación de la noche que da título a la obra. Comprende, a la manera de la sensibilidad impresionista, el retrato caduco que durante unas pocas horas despliega el alma; una emocionalidad poética que, al compás de una oscuridad moribunda, pretende capturar la evanescencia de un sentir en busca de perpetuidad.

Ser y existir

La emoción poética expresada en Respirar coincide con la pregunta ontológica fundamental: la definición de la propia subjetividad. El espíritu se pregunta por sí mismo, por la esencia que de él queda cuando todo desaparece. («Partiré, / mas quedará de mí el breve rumor de un suspiro»).

No es casualidad que los títulos de los poemas sean verbos en infinitivo: la forma de la acción en potencia, del ser en disposición de desplegarse, del acontecer siempre disponible más allá del tiempo y la circunstancia; y tampoco es cosa fortuita que los verbos que enmarcan a los demás sean los más graves y pesados de todos: «Existir», que da título al primer poema del libro, donde ya se declaran la dimensión temporal y la aspiración trascendental de «noches como esta, / de eterna ingravidez»; y «Ser», que finaliza el poemario y lo circunscribe a la entidad nocturna que se repliega sobre sí misma («Quizá, mañana tampoco exista jamás»).

Hacia el aire

El lenguaje de esta noche poetizada se fundamenta en el movimiento de las formas verbales y en los sustantivos de corte abstracto. Leemos, de esta forma, un texto sin artificio, desprovisto de color y sensorialidad, escrito en términos de absoluto, en plena unidad con su significación.

En Respirar no hay materia, sino aire; y el aire no es concreto, sino puro e inasible; no puede haber aire en lo sensitivo, pues lo etéreo no entiende de categorías ni atributos. El respirar es inefable por lo silencioso e inabarcable por lo universal («cuán pequeños somos / cuando solo respirando / nos sentimos / inmensos»), y acaso no haya mejor vía para su expresión que la adopción de su misma naturaleza.

El reloj y el espíritu

El único vestigio del mundo —esto es, de la materia— que acompaña al hálito poético es el reloj: su avance imparable, tenaz, que en su inaccesible discurrir acusa la fatal separación de todos los objetos y, asimismo, la imposible disociación del alma con respecto al tiempo. «Suena el reloj, / solo el reloj y sus manecillas. / Sus manecillas y él, solos.». No hay relación entre el alma y el mundo; solo distanciamiento, siluetas fronterizas y búsqueda de definición. “¿Qué soy yo con respecto a todo lo demás?”, parece preguntarse la voz del espíritu.

El reloj, con sus manecillas; el espíritu, con su poesía. Solos, en plena lucha y deseo por existir en la noche; solos en el ansia de encontrar el centro que los justifica, la quintaesencia que permanezca tras la desaparición. «Partiré, / mas quedará de mí la vida que exprimí».

Los quiénes

Pero acaso esa vida que exprimimos y que queda tras nuestra partida no sea más que una pregunta falaz; quizá una pregunta que no pueda responderse con la misma voz con que se formula, de la misma forma que la noche no se encuentra a sí misma en las tinieblas, sino en la oposición con la luz diurna. Así, quizá el alma escriba de noche por deseo y afán del día; y, en su soledad primigenia, se pregunte ya no por la esencia propia, sino por la relación, posiblemente el sentido último de toda pregunta y toda existencia humana: «Pero me pregunto el porqué una vez más, / antes del hundimiento. / Y una, una pequeña, es suficiente. / Porque me pregunto un porqué que llega / decidido corrigiéndome tras pensar una vida. / Diciéndome que no es por qué; / sino por quiénes».

Y quizá esa puerta, ese último quién que rescata al espíritu del solipsismo desesperado, sea el puente entre el alma que pregunta y el mundo que amanece; el mundo ya colorido, sonriente y reconciliado, abierta su repleción para que el espíritu respire y participe de sus dádivas.

Leer Respirar no supone, en definitiva, leer un poemario, sino revivir el hálito de una noche. De una muy concreta: la del 18 de noviembre, que existe —y es— cuanto queramos, en estas páginas.

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