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Reseñas

Literatura es vivir deliberadamente. Sobre ‘Estar aquí’, de Jorge Morcillo

Sin duda estoy en el lugar ideal para escribir mi ensayo sobre Vladimír Holan, para conversar con Holan, espiritualmente, sobre la vida y la muerte, sobre su «oscuridad transparente», sobre la inutilidad y el milagro de la vida, sobre qué demonios venimos a hacer acá, a este mundo, a este valle de lágrimas que nos sacude con su majestuosa belleza y que nos destroza con su desamparo más absoluto. ¿Que dónde estoy? Eso no importa. En el lugar de las águilas. En un cantón suizo. En las altas montañas. En las alturas. El lugar en el que se puede hablar a solas y a gritos con los grandes espíritus.

La literatura es un largo diálogo mantenido entre los seres humanos desde sus primeros balbuceos. Si Samuel, nuestro violinista loco y protagonista de Estar aquí, no hubiera dialogado con Vladimír Holan, Estar aquí no existiría. De la misma forma, si Vladimír Holan no hubiera dialogado con Shakespeare, Una noche con Hamlet o Una noche con Ofelia no existirían. Asimismo, si Shakespeare no hubiera dialogado con los dramaturgos grecolatinos ni con los cronistas medievales, ni Hamlet ni Ofelia ni La tempestad ni El rey Lear ni Macbeth existirían. Y así podemos retroceder en el tiempo hasta cuando los restos escritos no nos han llegado, pero, indudablemente, ya mantenían el diálogo con un tal Homero del que nada sabemos, pero que, sin duda, también conversó amplia y apasionadamente con otros cantores de hazañas anteriores a él.

Sin literatura tendríamos nuestra historia mutilada, lo que quiere decir que no tendríamos historia. Solo los pueblos con literatura tienen historia, y solo los individuos que inscriben su lenguaje en el diálogo de la literatura inscriben su vida en el devenir del logos de la humanidad. Pero no hay que confundir historia con cronología; pues, como indica Samuel,

La inmensa conversación que es la literatura, en la que la geografía y las distancias de los siglos y de todas las condicionalidades personales y vitales son aniquiladas, es una conversación que no tiene fin ni límites. La literatura no conoce la historia tal y como la entendemos. La historia no tiene sentido para el que lee mucho y siente y lee y habla y reflexiona sobre lo que lee. Para un buen lector un autor del siglo X tiene la misma vigencia que un autor del siglo XX. Cualquier distancia de siglos y de mentalidades es una diferencia aniquilada si se habla en el idioma literario. Un idioma propio y con todos los lenguajes escritos y hablados del universo. Un idioma para corazones fuertes. Una conversación de alturas que no tiene fin, la literatura.

Nos encontramos a nosotros mismos, pues, gracias a la literatura; gracias a ella descubrimos el sedimento común de nuestra vida, la raíz de la existencia que a tantos atormentó y tantos quisieron buscar, tentar y expresar. La literatura nos incorpora a la marcha, a la búsqueda incesante de las palabras que se saben insuficientes, pero necesarias. La «cura por la palabra» de que hablaban los psicoanalistas acabó defraudando porque se olvidaron de que no hay cura por la palabra —esto es, ni palabra verdadera, ni cura auténtica— que no pase por la literatura, esto es, la charla compartida y a través de las épocas sobre nuestras tormentas y albores. La literatura nos hace conscientes de nuestro papel en el mundo. Nos habla de nuestras coordenadas y nuestras vibraciones de la sangre en cada momento de nuestra maduración, desde los brotes hasta el humus. Para Samuel, entre las tonterías, obligaciones y molestias de la vida se filtra lo literario como fuente y recuerdo de que no estamos solos ni perdidos:

Cambiar un electrodoméstico de ubicación, digamos que de una parte de la cocina a otra parte de la cocina, no me supondría ningún avance interior; leer, por el contrario, Una noche con Hamlet, más Una noche con Ofelia y acabar con Toscana, supone transitar por los muros exteriores e interiores, de la noche a la vida y de la vida a la noche y embridado en todo momento cual un suculento asado regado por el vino del amor. Un viaje de ida inolvidable. Cuando leemos y releemos en voz alta a un poeta tan feroz y profundo como Holan cambia nuestra percepción del mundo, evolucionamos; cuando cambias un electrodoméstico de sitio, no. Los trabajos caseros están sobrevalorados y no sirven para gran cosa.

Pero no confundamos la literatura con mero escapismo o evasión de la realidad; la literatura, como decimos, se plantea en Estar aquí como diálogo continuado sobre lo importante, de unos seres humanos a otros seres humanos que no se conocen, pero que se comunican y se mandan cartas a través del tiempo. Así, toda expresión de la vida —la vida apasionada, alegre, luminosa; la vida abisal, terrible, trágica— es materia de lo literario, puesto que la literatura no es solo lenguaje, sino el uso que del lenguaje se hace para comunicar la vida radical e inexcusable. Las dimensiones psicosensoriales  de la vida en Estar aquí son muy conseguidas, y nos trasladan a los diferentes reinos en que la naturaleza y la existencia desarrollan sus condiciones: desde las montañas alpinas donde Samuel pretende enclaustrarse para acabar su ensayo, hasta los retratos emocionales que hace de su Cádiz natal:

en Cádiz siempre se está preparado para celebrar los carnavales, se celebren oficialmente o no se celebren; y lo primero que te dice cualquier gaditano es que hay que estar preparado para divertirse en todas las circunstancias, «para penurias y tristezas ya tenemos el resto de la vida»

Porque, al final, y como decimos, el lenguaje literario, el don del diálogo profundo a través de los siglos, está impregnado de vida, de ambigüedad sugerente y precisión polimórfica:

Por lo general casi nadie me comprende cuando hablo en serio. Soy gaditano. No hay nadie que nos comprenda cuando hablamos en serio. Es así de loco y triste: a los gaditanos nadie nos entiende cuando hablamos en serio. […] No creo que los suizos de por aquí sean grandes conocedores de ese doble y triple sentido en el lenguaje que tenemos «los del sur», y tampoco tengo ganas de perder tiempo y energías en dar explicaciones.

Quien quiera entender, que entienda. Quien quiera escribir, que no explique. Solo así, diciendo exactamente lo que se quiere decir, aunque parezca que no hablamos en serio, se entra en el diálogo infinito de la literatura. «Es así de loco y triste», dice Samuel. Pero quien entiende tal lenguaje torna esa locura y esa tristeza en el extraordinario carnaval que es el diálogo de la vida auténtica y deliberada.

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