
Kamo no Chōmei, el poeta que decidió vivir en las montañas
Kamo no Chōmei
Recién florecido el siglo XIII, cuando la tormenta de las espadas caía sobre Constantinopla o al-Ándalus, hubo un poeta japonés que, ajeno al ruido, decidió retirarse del mundo e irse a vivir a las montañas. Se llamaba Kamo no Chōmei y nos legó su obra Hōjōki.
Su habilidad con la pluma le había brindado el favor y la protección del Emperador, por lo que tenía garantizado un cómodo y vitalicio sustento; pero, como suele ocurrir con quienes se cuestionan sobre el cáliz de la vida, sus anhelos se mostraron más profundos que las vanas ostentaciones de la vida cortesana. El poeta, maltratado por los ávidos de poder y de jerarquía, y fiel a sus anhelos de sencilla libertad, decidió abandonar lo superfluo e ir en busca de lo esencial.
Hōjōki
Kamo no Chōmei dice en su texto clásico Hōjōki:
Me he retirado a vivir en las montañas Hino, en esta cabaña de ermitaño de tres metros cuadrados. […] Aun siendo pequeña, me ofrece un lugar donde dormir de noche y sentarme de día. […] Es solo una cabaña de tres metros, pero la amo.
Kamo no Chōmei, Hōjōki
Chōmei, anticipándose más de medio milenio a las alabanzas de Thoreau a la vida en los bosques, preconizó un modelo de existencia fundida con la naturaleza y sus ciclos, radical comunión de la poesía con el propio vivir. En tal estado de coherencia con los elementos, los tiempos ya no son marcados por el ser humano, sino que es este quien, recuperando el ritmo ancestral de las estaciones, se amolda y se diluye en el proceso natural. Ya no hay horas ni meses, sino luz y noche, estrellas, flores púrpuras, cantos de cuco o nieve derritiéndose; es la música de la creación que nunca cesa. Escribe Chōmei:
La escena de la montaña, pasando a través de los artísticos efectos de las cuatro estaciones, ofrece un abundante cambio que nunca colma mi interés. Cuando siento esto, creo que cualquier persona reflexiva, o cualquiera más sabia que yo, consideraría lo descrito como de un valor incalculable.
Kamo no Chōmei, Hōjōki

Cartas desde mi cabaña de monje
En la citada obra, Hōjōki, traducida al castellano como Cartas desde mi cabaña de monje, el propio poeta narra cómo se convierte al budismo y se hace monje en la montaña. En las alturas solitarias, entre el quedo alborozo de los árboles y el incesante fluir del río, los rigores religiosos pierden su gravedad y se tornan cálido acompañamiento para el espíritu:
Si recitar alguna oración me supone un problema, o no encuentro tiempo para leer los sutras, nadie hay aquí para acusarme de vago. […] Cuando tengo ganas de seguir caminando, continúo y atravieso una serie de picos para visitar el templo de Iwama o el de Ishiyama. […] En el camino de vuelta, según la temporada, observo el paisaje y recolecto algunas frutas para comerlas o darlas a Buda como ofrenda.
Kamo no Chōmei, Hōjōki
No se trata ya de convencionalismos vanos ni de fútiles rituales, sino de una devoción religiosa que brota de las entrañas de un ser humano que se comunica con lo incomprensible. La vida, entendida como la experiencia continuada de lo sagrado, encuentra respuestas y consuelo en la religión, la cual dota a los grandes arcanos de un idioma con el que acceder a sus hondonadas y leer el paso del tiempo, admirar el paisaje en lontananza e interpretar los misterios de la vida y de la muerte.
La vida de un ermitaño
En ese estado casi místico de existencia, toda actividad adquiere un cariz, en cierta forma, trascendental. Mostrando una ternura sin parangón, Chōmei describe algunos acontecimientos de su vida de ermitaño, quizá nimios a nuestros ojos, pero llenos de riqueza para el corazón del monje:
Hay una modesta choza al pie de la montaña, donde viven el guardabosques y un niño pequeño que a veces viene a visitarme. Cuando me aburro, él se convierte en mi acompañante de paseo. Tiene diez años y yo sesenta, pero ambos encontramos el mismo placer paseando. En ocasiones recolectamos hierbas y bulbos, o vamos al arrozal al pie de la montaña y recogemos las espigas caídas, con las que tejemos diferentes figuras. Si el día es lo suficientemente luminoso, subimos a lo alto del monte a contemplar las vistas sobre las aldeas.
O también:
Por la tarde, con el viento cimbreando los árboles y el sonido que sus hojas producen, imito al Ministro M. T. tocando la biwa. Si después de ello me queda ánimo, intento habilidosamente combinar el sonido del koto con el del viento de otoño, que este produce al soplar entre los pinos o en el valle. Soy torpe con los instrumentos, pero, como nadie puede oírme, no me importa. Yo solo, tocando o cantando para mí mismo, únicamente como disfrute personal.

Las cuatro estaciones en el bosque
Kamo no Chōmei encarna al ser humano que huye del mundo para sumergirse en las profundidades del propio mundo, en el meollo de la existencia. Atrás queda toda servidumbre a lo artificioso, toda dependencia de lo vacuo. Las ciudades, los imperios y los reyes serán eternamente barridos por la catástrofe, destruidos por la corrupción, disueltos por la mediocridad. Son quienes escapan de ese ciclo de sufrimiento los verdaderos profetas de la libertad del espíritu, los testigos de una vida auténtica, plena y esencial…, y los héroes que, con su valentía, nos brindan el modelo de una perpetua dicha junto al arrullo del río, la sombra de los árboles y el porvenir del cielo.
Sirvan como conclusión las propias palabras de Chōmei:
Desde que comencé mi retiro, el miedo y el resentimiento hacia los demás han desaparecido. Dado que la vida solo se somete al control del cielo, no me importa si vivo mucho o poco. No me preocupa la muerte temprana, pues me siento como una nube que flota, sin quejarse. La felicidad de mi vida se resume en una tranquila siesta, y en la esperanza de ver la belleza de las cuatro estaciones en el bosque.
Kamo no Chōmei, Hōjōki
El modelo de felicidad descrito por el monje eremita, ¿sería adaptable al mundo de hoy? Es más: ¿sería necesario?

- Las versiones de Hōjōki en las que me he basado para redactar este artículo:
- Imágenes extraídas de comuseum
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omduart
Experimenté esa vida durante periodos cortos de tiempo pero suficientes para hacerme sentir dichado completamente… y añoro ese estilo de vida y me tengo jurada la vuelta a él tarde o temprano… Que hermoso… ¿Eso es el Tao? Vivir en el Tao…