El yugo del rey
Fragmento extraído de los diarios del rey O., señor de J.:
La mayor víctima de una autoridad desaforada no son los súbditos que la sufren, sino el propio monarca que la ejerce. Los súbditos, cuando su rey no los observa, ríen, cantan y bailan, y el miedo no existe para ellos: ignoran las consecuencias, pues la alegría los une y los hace briosos. Entre canciones y vinos, los esclavos son felices.
El monarca, sin embargo, nunca puede deshacerse de su autoridad. Ya en la taberna, ya en el escritorio, ya en la oración, el monarca es la propia autoridad; y el martillo del imperio no cesa de golpear cada pliegue de su alma.
Como rey, soy más desgraciado que el último de mis plebeyos, pues soy esclavo de una autoridad real que apresa mi nombre y deslumbra mis escondites. Siempre seré digno de oprobio ante mí mismo. Tal es la maldición de la autoridad: nunca perdona, siempre exige. Sobre todo, en mi soledad…
¿Quién quisiera ocupar mi trono? ¿Quién, firmar este contrato indisoluble, cuyo deudor y garante se asfixian tras un mismo y maltrecho nombre? Reíd, cantad y bailad, envidiados súbditos. Aunque mis ojos y mi puño están sobre vosotros, mi corazón y mis lágrimas anhelan vuestra humilde mediocridad.

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