El idioma de los antiguos

Hubo un tiempo en que el ser humano hablaba el idioma del Viento y del Sol. Las palabras, que todavía estaban constituidas por haces de materia, recorrían el aire y producían todo tipo de efectos. La voz de los antiguos se comunicaba con los árboles, propiciando o ralentizando su crecimiento; las canciones influían en la temperatura de los refugios, que se calentaban o refrescaban según la necesidad corporal; los cazadores susurraban a los animales, los recolectores murmuraban a las plantas. El mundo danzaba en un melodioso silencio, la vida florecía desde un eco imperturbable; y la magia, que hoy ya no existe, era el pálpito cotidiano de aquellos pueblos primitivos.

No existía la escritura. Los signos paralizaban la vibración del aire. Se intentaron componer alfabetos y grafías, se investigó acerca de los lenguajes perennes; pero no consiguieron los primitivos representar un misterio que fluía, actuaba y se extinguía en el mismo instante de su pronunciación. La magia del verbo penetraba en los resquicios de la materia y se abrazaba con ella; y esto lo sabían los sacerdotes, que podían mover rocas titánicas gracias a la modulación pausada de su voz. Se construyeron así grandes templos y santuarios, y nunca fortalezas; el ser humano solo sentía gratitud hacia los dioses del cosmos, y desconocía todo rastro de guerra y de conflicto.

Se cree que estos conocimientos desaparecieron cuando, por miedo a perder su sabiduría, los antiguos decidieron inventar una escritura que les permitiera perpetuar los dones de la magia. Muchos maestros y sacerdotes se opusieron a dicho sacrilegio; pero, finalmente, los humanos primitivos, a quienes les asustaba la extinción de su grandeza, inventaron alfabetos y fórmulas estériles que, según sus deseos, contendrían los secretos de la magia durante el resto de la eternidad.

Los primitivos comenzaron a desconfiar de su memoria y a depender de los signos escritos. Sin embargo, aunque lo escrito era permanente, no lo era su significado; y los pueblos antiguos comprobaron que, poco a poco, la magia perdía efectividad en el mundo de la materia. La pronunciación se trababa, las palabras eran interrumpidas por la duda; y, cada vez con más frecuencia, los seres humanos tenían que consultar sus diccionarios y compendios, los cuales eran cada vez más elaborados, complejos y tortuosos.

El saber de los antiguos acabó desapareciendo, aunque siempre hubo rebeldes que intentaron recuperar la magia perdida. No obstante, los rebeldes siempre investigaban a través de los libros, y escribían sus conclusiones en otros libros; y la Humanidad, en fin, creyó acercarse a la sapiencia de los antiguos conforme más libros y más conocimiento escrito producía.

Todavía no saben que cada palabra escrita los aleja de la magia.

Actualmente, Stonehenge sigue siendo un misterio que ningún libro puede explicar.

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Kris Schulze (Pexels.com)
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