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Ficción

El Gran Deductor

El Gran Deductor quiere conocer la esencia del mundo. Su deseo es saber qué fuerza late tras el fuego, qué hálito impulsa a los vientos, qué imágenes vuelan más allá de las estrellas. El sabio busca la verdad; y, a pesar de que no es tarea humana descifrar lo inexistente, él nació para el conocimiento y no para la ignorancia.

El Gran Deductor quiere conocer la esencia del mundo. Sin embargo, muchas son las manifestaciones del mundo y demasiados los elementos que debe analizar. Él, aunque es sabio, también es mortal; no tiene vida para mirar bajo cada piedra, ni para otear desde la cima de cada montaña ni para nombrar a cada astro según su brillo y posición. El sabio, que de pequeño investigaba todos los bosques y todos los ríos, se hizo adulto; y su afán por conocer acabó con su infancia. El Gran Deductor, amante de la lógica y la razón, decidió recluirse en una celda, solo, sin contacto con el mundo ni con las personas. Allí, en las tinieblas, la razón puede operar sin condicionantes, y el Gran Deductor no necesita los ojos para observar aquello que no se puede percibir.

M. K. Ciurlionis: Creación del Mundo II (1906)
M. K. Ciurlionis: Creación del Mundo, II (1906)

El Gran Deductor quiere conocer la esencia del mundo. Ha olvidado los nombres de sus viejos camaradas, el sabor de los manjares de su hogar, la voz de su familia y hasta el reflejo de su propio rostro. El sabio vive con los ojos cerrados, alimentado con pan y saciado con agua; mas su apetito no es de este mundo, sino del mundo que no existe. El Gran Deductor ha silenciado sus aspiraciones en esta tierra. Solo en su celda, penetra las tinieblas de la totalidad con los únicos instrumentos de su razón y su intuición. No necesita el fuego para desentrañar sus arcanos, no requiere el viento para conocer los secretos que lo mueven. El Gran Deductor parte de la penumbra, donde nada existe; y, como allí nada existe, nada lo ciega. Vive el sabio, pero se ha olvidado de vivir; ahora, su tiempo es el del descubrimiento.

El Gran Deductor quiere conocer la esencia del mundo; y sabe que algún día lo logrará. Sabrá por qué se mueven los vientos, qué alimenta el fuego, qué hay bajo las aguas del océano y qué se oculta más allá de las estrellas. Sabrá todo aquello que desea saber, y, sin embargo, nada sabrá cuando lo sepa.

El Gran Deductor conocerá la esencia del mundo. Mas, cuando la conozca, ya no hablará el idioma de los humanos.

Lo habrá olvidado.

Sandro Botticelli: San Agustín en su celda (1490)
Sandro Botticelli: San Agustín en su celda (1490)

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