
«Un poeta singular». Artículo de Fernando de Villena
UN POETA SINGULAR
por FERNANDO DE VILLENA
En este año difícil están viendo la luz en España centenares de poemarios, unos buenos, otros aceptables, la mayoría muy malos. Yo hablaré hoy de uno absolutamente original escrito por uno de los autores más singulares de nuestras letras contemporáneas.
José Enrique Salcedo no es un poeta al uso de estos tiempos en los que todos andan atentos al escalafón, a las redes sociales y a cualquier trabajo burocrático o docente que les permita ganar la soldada. No: José Enrique Salcedo es del linaje de los poetas como Novalis, Hölderlin, Bécquer, Emily Dickinson…, un poeta en estado puro, y ello explica que sus textos no tengan nada que ver con cuanto ahora mismo se escribe en nuestro país.
Posee una cultura enciclopédica no por el hecho de ser doctor en Filología Española, que lo es, sino por su afán de sabiduría antigua, moderna y de toda laya, por su conocimiento de las civilizaciones pretéritas, de los textos herméticos y de numerosos idiomas. De hecho, al igual que Cansinos Assens, pero sin cobrar ni un céntimo (a causa de su falta de sentido práctico), ha traducido al español textos latinos, ingleses, franceses y rumanos. Ha publicado novelas, libros de Historia, biografías y poemarios, e incluso ha compuesto música.
Acaba de aparecer en la editorial sevillana Niña Loba su último libro de poemas, Don de desobediencia, en el que recoge toda su producción lírica desde 2004. Se trata, pues, de una obra variada a la que da unidad el sentir originalísimo del autor y su gran formación.
En principio, encontramos unos sonetos atrevidos, rompedores incluso, dedicados a la actriz Diana Kruger en los que se mezcla ficción cinematográfica y realidad interior del poeta y a la que le explica:
Contigo, Diana, dulce es el abismo.
Nos ofrece Salcedo imágenes muy modernas:
Vales más, Gina, o Diana, que el importe
de un permiso oficial de residencia.
Y, al igual que en las restantes partes del libro, se nos muestra como un delicado observador de la naturaleza a la que, en algunos momentos nombra Madre:
En el temblor de una rama
el sigilo de las alas
del pájaro que se ha ido.
También en este primer apartado el poeta canta a otra musa del celuloide: Victoria Abril.
En una segunda parte, José Enrique Salcedo recoge qasidas y moaxajas con la particularidad de que las jarchas que utiliza las saca de canciones actuales muy conocidas. Son poemas con tintes románticos y llenos de muy bellas metáforas:
Alza, amor, tu siroco de perlas y perfumes.
El poeta idealiza en todo momento a la persona amada y observa con inocencia el mundo que lo rodea. Conoce el sentir de los animales y vive en honda comunión con la naturaleza. Todo ello crea en sus textos una atmósfera abrumadoramente poética en la que cobran mucha importancia los sueños y el misterio.
En este apartado reúne también letrillas, canciones deliciosas y sátiras (humorísticas a veces) que evocan la poesía tradicional española de los siglos XV y XVI.
No faltan poemas que censuran la superficialidad actual, la estupidez de la televisión… Pero esa consciencia crítica nunca está teñida con la bilis de la envidia o la malquerencia.
Curiosísimas resultan las canciones que él mismo musica, alguna escrita en latín. Claro que en el libro también encontramos ejemplos de poemas en francés.
Otra sección del libro incluye los poemas escritos por el autor durante los años que pasó en Rumanía. Allí vivió una hermosa historia de amor y ello se aprecia en la delicadeza que caracteriza muchos de estos textos:
Los obreros han comido.
De las migas
comerán los gorrioncillos.
Así de tu perfume
me queda su sombra.
Y las metáforas se encadenan:
Las dunas de tus cejas,
las palmeras de tus pestañas,
el oasis de tus ojos,
el manantial de tus lágrimas.
Sácame del desierto, amada.
En un libro tan variado, la métrica también varía. A veces el autor se expresa en metros cortos; otras en verso libre, pero siempre sorprende.
Hay algunos textos en Don de desobediencia que merecen un lugar muy destacado en cualquier antología de la poesía española contemporánea, como los titulados: «Secretaria de Dios», el dedicado a Poseidón, «Japonesita» o el impresionante y autobiográfico «Chica sola», y en diversos momentos descubrimos en el poeta la nostalgia de la madre ausente que a veces se identifica, como dije, con la misma naturaleza.
El libro incluye también algunas de las traducciones que José Enrique Salcedo ha llevado a cabo durante estos años de poemas de Henry Vaughan y de Álguernon Charles Swinburne. No dejan de ser indicativas las preferencias del autor: un metafísico apenas conocido en nuestras letras y el más raro de los prerrafaelistas.
Fernando de Villena
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