Milan Kundera, ‘La fiesta de la insignificancia’

En este artículo reseño el libro La fiesta de la insignificancia, del autor franco-checo Milan Kundera, publicado en español por Tusquets editores en 2014.


Comprendimos desde hace mucho que ya no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia delante. Solo había una resistencia posible: no tomarlo en serio. Pero me doy cuenta de que nuestras gracias ya perdieron todo su poder.

Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia

Ficha de ‘La fiesta de la insignificacia’, de Milan Kundera

MILAN KUNDERA – TUSQUETS EDITORES – 2014 – 9788483839287 – COL. ANDANZAS – 138 – TRADUCCIÓN DEL FRANCÉS DE BEATRIZ DE MOURA GURGEL

Autor: Milan Kundera

Editorial: Tusquets editores

Colección: Andanzas

Año de edición: 2014

ISBN: 9788483839287

138 págs

Traducción del francés de Beatriz de Moura Gurgel

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Reseña de ‘La fiesta de la insignificancia’, de Milan Kundera

Entre lo textil y lo arquitectónico

Las novelas de Milan Kundera suelen ser tapices que, a la manera de una sinfonía, desarrollan una música trabada en varias voces y amalgamadas en una misma tonalidad. Es el caso de la obra que nos ocupa, La fiesta de la insignificancia. En ella, el autor vuelve sobre los temas que son ya la piedra angular de su labor literaria: el entrecruzamiento de las vidas, la reflexión sobre los conceptos centrales de cada individuo, la risa como modus vivendi o la repetición histórica de la mediocridad.

Lo textil

La estructura de La fiesta de la insignificancia es, por una parte, textil, en cuanto que las experiencias de los personajes —no me atrevería a decir “historias”— se despliegan como una enhebración de hilos cruzados. Los personajes se encuentran y desencuentran en un escenario novelístico que todos habitan por igual y en relación continua. No existe el personaje solitario —aunque todos son, a su manera y en su intimidad, incomprendidos—, sino una polifonía de voces que se tornaría incomprensible sin los ecos y conexiones de los demás.

Lo arquitectónico

Por otra parte, lo textil de la novela la convierte en un artefacto arquitectónico que cobra sentido en su conjunto; en el juego de pesos y contrapesos que la sustentan y que le permiten adoptar una forma propia. Se trata, desde luego, de una novela posmoderna, ‘cuántica’, en el sentido de que no hay linealidad temporal ni una relación inequívoca causa-efecto. Sería absurdo leer esta novela —y, en general, cualquiera del autor— según los estándares de la narración clásica, de la misma forma que sería absurdo preguntarse por el ‘principio’ y el ‘final’ de un edificio, o sobre qué tesela es la más ‘importante’ en un mosaico.

Del sexo de cada mujer salía otro cordón que en su extremo llevaba a otra mujer o a otro hombre, y todo ello, repetido millones y millones de veces, se convirtió en un inmenso árbol, un árbol formado por una infinidad de cuerpos, un árbol cuyas ramas alcanzan el cielo.

Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia

La novela como instrumento de conocimiento

Hay una idea de Kundera sobre la novela que me agrada bastante: la novela como un instrumento que amplía nuestra percepción y capacidades de entendimiento, de la misma forma que el astrolabio o el microscopio amplían los límites de la vista y la intuición. La novela, así, nos sitúa frente a algunos conceptos y orbita en torno a ellos, permitiéndonos rastrear sus sentidos, sus desarrollos históricos, sus cauces invisibles y repercusiones en la vida de cada individuo, pero también de las sociedades en general.

Los conceptos

Así, La fiesta de la insignificancia versa sobre un concepto nuclear, que podría ser perfectamente el de ‘insignificancia’. En torno a dicho concepto orbitan otros que lo acompañan de cerca, tanto en relaciones de identidad —conceptos como ‘broma’, ‘buen humor’— como de desemejanza —‘eternidad’, ‘seriedad’—. Es así como se van perfilando relaciones entre conceptos que, no obstante, no constituyen una filosofía o un intento de psicoanálisis cultural, sino, más bien, la aplicación de lo constante-abstracto a lo efímero-particular.

Son conceptos humanizados en las conductas de los personajes, en sus decisiones (in)conscientes, en sus relaciones con los demás. El logro de una novela como La fiesta de la insignificancia es, precisamente, localizar lo que de subterráneo y oculto tiene dicho concepto y sacarlo a la luz del vivir cotidiano.

La historia

Para ello es interesantísima la recuperación que hace Milan Kundera de la historia, y de cómo atraviesa épocas diferentes con la misma pregunta. En este caso, y de un modo tan sencillo como sugerente, los personajes de la época actual —personajes corrientes, cotidianos y, por ende, vulnerables; títeres de una voluntad más poderosa que actúa a través de nosotros— entran en diálogo con los del siglo pasado.

Las peripecias de un camarero, de un grupo de amigos, de un mentirosillo de poca monta…, se comparan con las mismas actitudes de Stalin, Jruschev, Kalinin…, de tal forma que La fiesta de la insignificancia se transversaliza y se ofrece como una metáfora; pero no de la sociedad actual, sino del ser humano como ser histórico y, por ende, condenado a las mismas repeticiones. Es por ello por lo que Kundera no hace ‘crítica social’, o, al menos, no limita su obra a ella, sino que hace ‘crítica existencial’, es decir, desde los constituyentes fundamentales de la especia humana.

Siempre había tenido la vaga idea de que, si hubiera nacido unos sesenta años antes, habría sido artista. Una idea realmente vaga, porque no sabía qué quería decir la palabra artista hoy en día.

Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia

El buen humor: de la reflexión a la llamada

La fiesta de la insignificancia es, pues, reflexión encarnada en personajes. Verbo vivo, como lo es toda literatura que respete por igual el don de la palabra, por una parte; y el destino del ser humano, por otra. Y es en tal humanización de lo abstracto, en el interés por materializar lo sagrado y por revertir lo incomprensible, cuando uno recuerda por qué leemos: para no olvidar lo fundamental, que suele coincidir con lo más evidente.

Hace falta inteligencia, pero también honestidad, para expresar ideas sencillas con llaneza. En este caso, y tras la lectura de La fiesta de la insignificancia, nos queda una idea; idea que tras la reflexión se convierte en llamada; y, como llamada, nos habla por nuestro nombre: es la vocación del buen humor como actitud existencial. El realizar actos absurdos sin saber por qué, por el mero gusto de la risa, que no es consecuencia, sino causa. La insignificancia nos llama, y nos dice que no nos tomemos demasiado en serio el mundo; y mucho menos ‘nuestro mundo’, o sea, nuestra ‘representación del mundo’…, o sea, a nosotros mismos. Los más ridículos.

Que empiece la fiesta.

No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella.

Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia

Sobre Milan Kundera

Milan Kundera (Brno, 1929) es una de las voces fundamentales de la literatura checa actual. No obstante, vive en Francia desde 1975, y en 1987 adquirió la nacionalidad francesa. Desde sus primeros momentos como escritor ha mantenido una tensa relación con el Estado checo, hasta el punto de que ha escrito varias de sus obras directamente el lengua francesa.
Es autor de numerosas novelas, ensayos, cuentos y poesía. Amplio conocedor de la novela moderna y heredero de plumas como las de Cervantes, Rabelais, Broch o Grombowicz, su producción literaria es un intento por comprender el mundo moderno a través de las vidas del ciudadano actual.
Obras de Kundera ampliamente conocidas son, por ejemplo, La inmortalidad, La insoportable levedad del ser, La broma o La ignorancia, entre otras.

Fragmentos de ‘La fiesta de la insignificancia’

No, no se avergonzaba de haber mentido. Le intrigaba más bien ser incapaz de entender el motivo de esa mentira.

El orgulloso desprecia a los demás. Los subestima. El Narciso los sobrestima porque observa su propia imagen en los ojos de los demás y desea embellecerla. De modo que cuida muy amablemente todos esos espejos.

Stalin es el hombre de Estado más poderoso del mundo, y lo sabe. Siente la maliciosa satisfacción de ser, entre todos los presidentes y los reyes, el único en poder mandar a la mierda la seriedad de los grandes gestos políticos cínicamente calculados, el único que puede permitirse tomar una decisión absolutamente personal, caprichosa, irracional, espléndidamente extraña, soberbiamente absurda.

Es cierto. No hay que pedir perdón. Sin embargo, yo preferiría un mundo en el que todos, sin excepción, pidiéramos perdón y, por las buenas, inútil y exageradamente, todos cargáramos con las disculpas…

¡Intenten hablar improvisando una lengua ficticia aunque solo sea durante treinta segundos! Repetirán, turnándolas, las mismas sílabas y muy pronto se descubrirá la impostura de su bisbiseo. Inventar una lengua inexistente presupone otorgarle una credibilidad acústica.

Los cuerpos de los hombres permanecían sin continuidad, del todo inútiles, mientras que del sexo de cada mujer salía otro cordón que en su extremo llevaba a otra mujer o a otro hombre, y todo ello, repetido millones y millones de veces, se convirtió en un inmenso árbol, un árbol formado por una infinidad de cuerpos, un árbol cuyas ramas alcanzan el cielo. E imagina que ese árbol gigantesco está arraigado en la vulva de una única mujer, de la primera mujer, de la pobre Eva sin ombligo.

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