
Entrevista a Alicia Andrés Ramos
Entrevistamos a Alicia Andrés Ramos sobre su novela Hilatura
Bienvenida a nuestro taller de las letras, Alicia. En primer lugar, ¿te gustaría acompañar esta entrevista con alguna canción?
Lo primero sobre lo que quiero preguntarte es por tus influencias. Hilatura es una novela muy personal, con una voz y estilo particulares y una cosmovisión muy original. ¿De qué otros libros bebe Hilatura? ¿Y qué influencias más allá de las literarias se vierten en la novela?
En Hilatura, a nivel argumental, existe un viaje de ida y vuelta entre las dos orillas del océano Atlántico. Este recorrido tiene también su reflejo en mis propias referencias literarias, esas lecturas que subyacen al texto de la novela. De nuestro país, la generación del 50. Ana María Matute, Ignacio y Josefina Aldecoa, Claudio Rodríguez, Martín Gaite, Sánchez Ferlosio. De la otra orilla, la americana, los autores del llamado boom: Cortázar, García Márquez, Onetti, Borges. Y muchos libros de aquí y de allá. Sin La luna y las hogueras (Pavese), Las mocedades de Ulises (Cunqueiro), Cien años de soledad (García Márquez), Primera memoria (Matute), Puerca tierra (Berger), El Sur (Adelaida García Morales) o Alfanhuí (Sánchez Ferlosio), Hilatura no habría existido.
Y más allá de las literarias están las influencias personales. Mi abuelo, el gran contador de historias del que recibí todo un legado de memoria rural y familiar rayano en la fábula. Mi familia del otro lado del océano, cuyo reencuentro despertó el germen de esta historia. La tierra de origen, sus costumbres ancestrales, casi perdidas.
Aunque en la novela se dan muy pocos datos sobre la aldea donde acontece la trama, ¿existe este lugar en tu imaginario? ¿Hay alguna aldea perdida en la que pueda reflejarse la de este libro?
Esa aldea sin nombre surge del imposible cruce de caminos entre mis dos lugares de origen: Asturias, donde nací y viví mi infancia y juventud, y Castilla, la comarca de antiguos saberes de la Carballeda zamorana, donde mi raíz familiar se hunde hasta la noche de los tiempos. Surge de esta mezcla un territorio marítimo y castellano, donde se alternan costumbres de pescadores y de familias de terrón, como la mía, que conocía los ciclos de la siembra, vivía y moría haciendo surcos. De Asturias proviene la mirada hacia el mar, la puerta de salida hacia Cuba, hacia Argentina, hacia el sueño de la prosperidad. De Castilla las heladas, las dulzainas, las costumbres de la huerta, todo un léxico familiar de lo rural.
A lo largo de todo el texto brilla el amor por la tierra, por los ciclos naturales, por el efecto de las estaciones en las cosechas, el amor por el mar y las oscilaciones de sus aguas… Háblanos un poco de esa sensibilidad hacia la naturaleza que se derrama constantemente en la obra.
La naturaleza, sus ciclos, es la medida de tiempo y el sustrato de todo lo que escribo. El paso de las estaciones como discurso temporal de nuestras vidas. La generación que me precede aún fue campesina, tengo muy cerca esa forma de vida y conservamos la casa familiar, centenaria, donde nacieron y murieron hombres y mujeres que no hicieron nada memorable salvo sobrevivir, arrancar su alimento de la tierra. Y emigrar. La emigración suponía la ruptura con el minifundio, refundaba la tradición. Mi abuelo emigró a Argentina en los años veinte. Mis padres emigraron a Asturias en busca de la abundancia prometida por la industria. Huían de la dureza de la tierra, de la pedriza y las malas cosechas. Pero se producía una pérdida de identidad, algo quedaba por el camino, algo que tenía que relacionado con una forma de estar en el mundo, de vincularnos.
Otra cuestión que me interesa mucho es la compasión con que tratas a los personajes. En Hilatura ningún personaje es bueno o malo; todos son parte de una historia mayor, llena de claroscuros, y hasta en los —a priori— más perversos se puede atisbar algún resquicio de esperanza desde según qué mirada. Como narradora, ¿cuál es la mirada sobre la “naturaleza humana” que plasmas en la novela? ¿Qué significados despliegan tus personajes?
Como bien apuntas, la condición humana tiene más que ver con los claroscuros, la contradicción y el conflicto que con los retratos cerrados e inamovibles. Los personajes de Hilatura nacen de esa mirada compasiva hacia nuestras propias miserias o debilidades, esos momentos de oscuridad que atraviesan nuestra mente y que contemplo como parte inherente del viaje a veces angustioso y arriesgado que supone la vida. Evolucionan de un modo individual pero también avanzan con la trama, forman parte de una historia superior, de un movimiento y un tiempo que los engloba. A veces me costaba entender la deriva que alguno/a de ellos/as tomaba y entonces comprendía que al fin había cobrado una entidad propia. Eso sucede a veces. El personaje toma, de algún modo un tanto inexplicable, las riendas de su relato. Se resiste a un giro impostado que solo atiende a lo literario. Creo que la escritura, su proceso, debe alejarse de la idea de lo literario para acercarse a la vida.
Hablemos sobre ti como escritora. ¿Cómo llegas hasta aquí? ¿Cuál ha sido tu trayectoria hasta Hilatura, y qué proyectos tienes para el futuro?
Comencé escribiendo relato breve. Mi primer libro, Melancolía y otros pájaros, era un compendio de narraciones cercanas en el tono a Hilatura. En esos relatos se encuentran muchos de los hilos que después se engranarían en ese tejido extenso de la novela. Pero entonces aún eran jirones, vislumbres de historias que deseaba contar desde la intensidad y el ritmo que requiere un relato breve. Tiempo después escribí teatro. La obra Un nombre sueña nació entonces buscando la vía de lo vivencial, un teatro sin cuarta pared, sensorial, que integra al público en la escena, propiciando la catarsis. Hilatura nació como una pequeña idea. Una bobina de hilo, dos hermanos, un océano entre ambos. Creí entonces que sería un buen relato breve, centrado en la simbología del hilo y el viaje, pero sucedió que el hilo fue alargándose de un modo imprevisible y cuando tenía sobre la mesa cuarenta páginas supe que había llegado el momento de cruzar el umbral. Era una novela. Una novela larga, que me exigiría tiempo, una dedicación profunda. Un viaje personal.
Después de esta travesía de cuatro años, sentí la necesidad de simplificar tiempo, espacio, personajes. Y me aventuré en un terreno intermedio: la novela breve. Es un género que me encanta como lectora. Permite una profundización en los personajes, la creación de una atmósfera, y al mismo tiempo guarda la intensidad del relato, su búsqueda de lo esencial.
Hilatura es un libro prolijo, de lenguaje depurado y una historia —o madeja de historias— que requieren un gran dominio de los tiempos y las relaciones narrativos. ¿Cómo ha sido su proceso de elaboración?
Empecé escribiendo del modo un tanto anárquico con el que acometía un relato breve. Pero hubo un punto de inflexión, como mencionaba. Ese momento en el que supe que tenía entre mis manos algo más amplio y exigente. En ese momento solté la brújula y tracé mapas. Y descubrí en ellos un placer y una gran ayuda. Hice todo ese trabajo de fichas, cronologías y rompecabezas que hasta entonces solo sucedía en mi mente, de un modo intuitivo. Crear esa estructura sobre la que escribir con libertad, una solidez que sostuviera lo ingrávido, fue un trabajo arduo y, sin embargo, placentero. Bajo el aire no puede haber solo aire. Eso que llaman inspiración es un trabajo de capas, algunas minerales, otras flotantes.
¿Y qué tal el proceso de edición?
Muy satisfactorio. Las correcciones fueron minuciosas pero es un proceso del que también disfruto, casi como una segunda escritura, más racional, más de oficio. El trabajo con la editorial ha sido excelente, en todo momento he sentido que el texto recibía un gran cuidado y dedicación. El resultado final prueba esa compenetración, diseño y contenido se han fundido en una sola voz.
Para ir concluyendo, ¿qué les dirías a los posibles lectores de Hilatura?
Todo libro es un viaje y el que propone Hilatura ha de recorrerse sin prisas, como decía Cavafis, pidiendo “que tu camino sea largo”. Es la única manera de que la lectura o el viaje a Ítaca tenga un sentido interior. Léase pues junto a la lumbre, quien la posea, o junto a una ventana por la que esparcir la mirada de cuando en cuando. Afortunadas/os quienes la lean junto al mar y se sientan envueltas/os por el mismo olor a salitre que desprenden las páginas. Se trata de un contar para que la voz no se apague. La misma voz de los cuentos nocturnos, que hila una generación con otra.
¿Querrías añadir algo más a esta entrevista?
Únicamente dar las gracias a quienes reciban este mensaje en una botella con forma de libro.
Muchas gracias por tu tiempo, Alicia.
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